Las agresiones, como golpes de puño o patadas, son recursos que los hombres suelen emplear cuando se quedan sin argumentos para explicar sus razones o cuando no están capacitados para plantear civilizadamente su posición respecto de algún tema que les interesa. La actitud asumida días pasados por un grupo de ex combatientes de Malvinas en contra del diputado oficialista José María Díaz Bancalari, al término del acto en el que la presidenta Cristina de Kirchner se refirió al conflicto con Gran Bretaña por el archipiélago, es una muestra de intolerancia inadmisible por parte de un grupo de personas, que por haber participado en el conflicto bélico en la década del ’80, hace valer esa condición para actuar en una forma que no se condice con las normas de convivencia que deben regir en toda comunidad organizada.
Que no hayan podido ingresar al recinto de la Casa Rosada donde se realizó la ceremonia, no es justificativo para agredir deliberadamente a un legislador identificado con el gobierno. Más allá de la posición ideológica que pueda tener Díaz Bancalari, hay que considerar que se trata de un diputado nacional elegido democráticamente por el voto popular, lo que lo hace merecedor de un respeto que nace del sentido moral de los ciudadanos.
Una declaración, una nota de repudio o un comunicado difundido oportunamente, puede llegar a tener más efecto que los agravios. Algo parecido ocurre con los piquetes con cortes de calles, las manifestaciones que bloquean lugares y edificios públicos o las huelgas o paros. Cada una de estas actitudes contra la comunidad lleva al caos y demuestran la poca tolerancia de algunos sectores.
