Jesucristo fue engendrado así: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". Al despertar, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa (Mt 1,18-24).
Hasta los doce años, los judíos del siglo primero, tanto varones como mujeres, eran considerados menores de edad y no podían tomar ninguna decisión que los comprometiera. Eran los padres quienes lo hacían por ellos. A partir de los doce años el varón se convertía en mayor de edad. Estaba obligado a cumplir la Torah, la Ley, y podía, además, leer los textos sagrados en la sinagoga. Aún hoy este paso a la edad adulta se festeja en la conocida ceremonia del "Bar-mitzvah", que literalmente quiere decir "hijo del mandamiento", porque desde entonces ha de cumplirlos. También debía comenzar a trabajar. O, como dice un texto rabínico de la época: "Primero tiene que construir una casa, luego plantar una viña y después casarse". Casarse y fundar una familia era el objetivo fundamental de cualquier hebreo y, para ello, debía reunir lo necesario como para poder alojar y alimentar debidamente a su mujer y a sus hijos. En realidad, para ello, el ideal de la época eran los dieciocho años. "El Señor, bendito sea -dice otro texto rabínico- vela para que un hombre se case a más tardar a los 20 años y lo maldice si no lo ha hecho a esa edad".
Cuando, después de pesadas todas las circunstancias, se llegaba a una decisión común, ésta se fijaba en un solemne contrato -"ketubah"-, delante de testigos y, probablemente, del rabino de la sinagoga, lo cual constituía el acto más solemne y oficial de todo el proceso matrimonial: a esta firma se le llamaba los desposorios. Desde entonces los esposos se consideraban tales: marido y mujer. Pero, normalmente, todavía la mujer debía permanecer en casa de sus padres y, en realidad, por una sencilla razón, y es que todavía era niña y no le había llegado la menarquía, o primera menstruación, que se da entre los once y los catorce años. Y, hasta por lo menos el cuarto ciclo de renovación de su endometrio, no era bien visto que la joven fuera entregada a su marido. De tal manera que pasaba al menos un año antes de que pudiera ser recibida por él en su casa. Y esta si era la boda. Según el evangelio de Lucas, la anunciación fue hecha a María, y según el evangelio de Mateo, el anuncio es realizado a José. ¿Quién tiene razón? Los dos evangelistas, porque la anunciación fue comunicada al esposo y a la esposa, al justo y a la virgen. Dios no quita espacio a la familia, sino que la involucra. No hiere la armonía, sino que busca un "sí" plural, que llega a ser una realidad creativa porque es la suma de dos corazones, de muchos sueños y muchísima fe. "María estaba en cinta", afirma Mateo. Sorpresa absoluta de la criatura que llega a concebir al Inconcebible: al propio Creador. Pero hay algo que le parte el corazón a José: no queriendo acusarla públicamente decidió repudiarla en secreto. José, el hombre de los sueños y de la discreción, no habla para difamar sino que escucha en lo profundo para adorar el misterio. Vive el pudor de las palabras. El ángel le comunica: "No temas recibir a María como esposa". "No temas, no tengas miedo", son las primeras palabras que aparecen en la Sagrada Escritura, con las que Dios abre el diálogo con los hombres. El miedo es lo contrario a la fe, a la paternidad, al futuro y a la libertad. Porque Dios no da miedo. Si tenemos miedo, no es de Dios. José toma consigo a la madre y al niño. Prefiere el amor por María y por Dios, a su amor propio. Porque en su corazón la primacía la ocupa el amor, es que acoge a ese Niño que no es suyo. Llega a ser verdadero padre de Jesús, aunque no su progenitor. Engendrar un hijo es fácil, pero ser padre y madre de él, enseñarle la misión de ser hombre, es toda otra aventura. Si casarse es un acto de fe, traer al mundo un hijo es siempre un acto de esperanza. Por eso, en Navidad nace el Niño que es Dios. De ahí que Nochebuena sea la fiesta de la esperanza que es Vida y de la Vida que es futuro.
