Tal como ha informado recientemente el Indec, el registro de septiembre de 6,5% se ha erigido en la más alta inflación por periodo anualizado desde 1991, haciendo, a su vez, que en el último año se acumule un 40 por ciento. Hasta aquí lo general del fenómeno en materia. Pero hay dos datos singulares que se destacan en esa generalidad, que fungen, como agravantes severos dentro de un cuadro de por sí pesado para la población del país que debe afrontar este lastre. Uno de esos datos destacables es que el alza en alimentos fue del 7%, con lo cual, este registro se fue por arriba del promedio general. La mayor suba en este ítem es el vínculo de los comoditie/s agrarios que, como es obvio, se exportan y por lo tanto, cuando sube el dólar potencian su renta diferencial y en esa misma proporción, se encarecen en pesos los alimentos esenciales como soja, trigo, maíz, y sus derivados en harinas, fideos, etc. No es minúscula esta singularidad porque de ese núcleo surge la radiografía del deterioro de la alimentación básica que se experimenta en el consumo del país. Hay en esto un problema radicado en la visión de amplia libertad de precios y desregulación comercial, que profesa el actual esquema macro económico, que por propia gravitación, no deja que aflore visibilizada con suficiente nitidez una de las causas específicas que están motorizando esta suba de precios por la devaluación. Y esa causa es el hecho de que a los precios externos tasados en dólares, como es lógico, les conviene la suba del tipo de cambio, por la devaluación del peso, pero, a la vez, remolcan la suba interna de los productos que se nominan en pesos en el mercado interno. El problema es que no hay instrumentos de desacople del precio externo en divisas y el re-expresado en pesos con destino al mercado interno de consumo. Las retenciones son instrumento que tienden a desacoplar esos dos valores pero no de modo aislado, pues, hace falta coordinarlo con otros instrumentos, como es la regulación integral del comercio y del tipo de cambio. En cuanto a esto último la suba fenomenal del tipo de cambio no dejó margen a que otros instrumentos pudieran morigerar el traspaso directo de un valor a otro sin filtros que evitaran la atracción alcista. Recordemos que el rebote del dólar durante agosto fue de "35,6% y septiembre "10,2%, por lo que todo ese diferencial al alza, no tuvo más destino que ser trasladado sin más a los alimentos, que insistimos, son un componente central de la canasta de gasto básico de todos los sectores de ingresos y en especial de los de más bajos. El otro dato que explica la agudización de la inflación anual y que sólo mencionamos al pasar, se da en el segmento del rubro transporte, donde se dio pico del 10,4% en septiembre, el cual tiene que ver no con una cuestión de factor no estacional, sino constante en cuanto tiene que ver con la política tarifaria explícita del gobierno. Surge obvio y racional que este tema debe ser objeto de refocalización a fin de implementar regulaciones conducentes que tiendan al desacople de los precios de los productos agrarios de exportación en cuanto a la incidencia directa en lo interno. Hay que barajar y dar de nuevo en el tema en cuestión porque esto también es fragilidad del país ante el mundo, y no es una mera, o, neutra, fragilidad, ya que esto agrava el costo de la canasta de alimentos y ello hará que los índices de medición de la pobreza y la indigencia se muevan proporcionalmente en negativo sentido, con todo lo de perjudicial que ello implica.
… habría que barajar y dar de nuevo ya que este contexto muestra la fragilidad del país ante el mundo, con graves efectos internos…
Por el Dr. Mario Luna y Fabián Núñez
Expresidente y exasesor del Concejo Deliberante de Jachal, respectivamente.
