21 mujeres murieron en el mes de enero de 2020. Una mujer es asesinada cada 35 horas, en su mayoría, por sus exparejas. El 33% de ellas murieron por golpes, otras por el uso de armas de fuego (28%), armas blancas (19%), incineradas (10%), torturadas, envenenadas o caídas de altura (5%). Más de la mitad de las mujeres asesinadas tenían entre 19 y 40 años (según datos del Observatorio de la Mujer Mumalá).

Hasta aquí la estadística. Fotografía de un drama social que suele quedar en eso – una triste foto. Muchas veces me pregunto por qué la apatía social ganó tanto terreno en nuestra cultura. Nos hemos dejado encallecer el alma. Concentrados en los verbos preferidos de la posmodernidad: tener, consumir y gozar, hemos olvidado conjugar los propios de nuestra dimensión social: compadecerse, empatizar y acompañar.

Más que nunca son oportunas las palabras del papa Francisco: – No permitamos que nos anestesien la conciencia social (Exhortación Apostólica "Querida Amazonia”, febrero 2020). La frase es interpelante. Exhorta no sólo a cuidar el medio ambiente, sino a despertar conciencia ante el sufrimiento de los más débiles. Escuchar "el grito de los pobres”, es un llamado que nos convoca más allá de nuestras convicciones.

Hago mía la interpelación y con cierta insolencia de mi parte, digo: "escuchemos el grito” de las mujeres. No podemos permanecer impasibles ante tamañas injusticias. "No es sano que nos habituemos al mal”, reclama Francisco (punto 15). A tal fin y siguiendo la lógica del Papa, propongo algunos puntos para reflexionar juntos:

 

  1. Sin anestesia. Nuestra conciencia social debe estar siempre alerta. Hablo aquí de la conciencia moral. De ese juicio práctico de la inteligencia que nos permite discernir y comprender la situación de las personas dentro de la comunidad. En una democracia, la conciencia social opera como motor dinamizante de políticas públicas eficientes. Sin conciencia social se debilita todo intento de construir redes de solidaridad. Por eso la insistencia de Francisco de no habituarnos al mal. La violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, venga de quien venga y cualquiera fuese la víctima, está mal. Nunca será una opción moralmente válida. De allí la importancia de no dejarnos anestesiar la conciencia social. Porque anestesiar implica ausencia (temporal o definitiva) de la sensibilidad del cuerpo, provocada por una sustancia química. Anestesiar la conciencia social, será entonces perder sensibilidad frente al drama de nuestros semejantes. Tal vez debamos preguntarnos sí el prejuicio y la discriminación hacia la mujer, no operan cual opio que adormece nuestra conciencia social.
  2. No dejar de indignarse. ¿Cómo enfrentar la apatía social? El Papa propone algunas pautas en su Exhortación "Querida Amazonia” para el abordaje de otras cuestiones sociales. Tomo una de ellas para el caso que nos ocupa: no dejar de indignarse, que implica no claudicar ni dejar de reclamar. La violencia contra la mujer es un problema cultural. No alcanza con sancionar leyes, reglamentar las existentes o crear oficinas. Son medidas loables pero insuficientes. Ayudan a paliar, pero no evitan las muertes. El enfoque debe ser preventivo. Y la verdadera prevención implica tomar medidas por adelantado para evitar el daño, el riesgo o peligro. Peligro que en el caso del femicidio, es letal.

Concluyo con una frase que escribí hace años y que hoy tañe en mi memoria: de todo podemos volver, menos de la mortaja que envuelve al cadáver en su tumba.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética-UCcuyo