La "política del hijo único” impuesta en China en 1979, para el control demográfico en el país más poblado del mundo, actualmente con 1.340 millones de habitantes, parece haber fracasado. A pesar del hermetismo de la Comisión Nacional de Población y Planificación Familiar, ha trascendido la alarma por las consecuencias de una población que envejece rápidamente y que podría dificultar la futura competitividad de la segunda mayor economía del mundo.
Pero no sólo se trata de una cuestión macroeconómica sino también de creciente malestar en familias urbanas y rurales, debido a los abortos forzados y consecuentemente el aumento de las tensiones sociales derivadas del desequilibrio en el número de niños y niñas que nacen, ya que los sexos tienen diferente calificación en importancia productiva. En la actualidad, en las ciudades chinas sólo aquellas parejas en las que ambos miembros son hijos únicos, están autorizados a tener dos niños y, en el ámbito rural se permite un segundo hijo si la primogénita es una niña.
El primer indicio de la reforma de la impopular política poblacional lo dio el presidente Hu Jintao, en su discurso ante el XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), celebrado hace dos semanas, al expresar que el país debe "mejorar gradualmente su política de población y promover un crecimiento poblacional equilibrado a largo plazo”. Es que el modelo restrictivo del hijo único generó más problemas que los que intentó evitar hace más de tres décadas, porque ahora asfixia al Estado la proporción de ancianos dependientes, una fuerza laboral envejecida y el gran flujo de inmigrantes procedentes de áreas rurales que abandona tareas vitales.
