Cuando se habla de personas influyentes, en lo primero que se piensa a nivel general es que se está refiriendo a gente vinculada al mundo de la política, ejecutivos, deportistas con alto nivel de exposición, entre tantos otros. Pero esto no es tan así. Se puede ser influyente en el hogar, el trabajo o en el grupo de amigos. La diferencia es si esa influencia es buena o negativa para quienes nos rodean.
Una persona influyente contagia su entusiasmo a otros. Son quienes logran impactar de manera profunda y duradera en los otros. Esa es una posible definición de una persona influyente. Como en todo, hay quienes parecieran ser inspiradores por naturaleza. Pero también se puede apuntar a desarrollar ciertos hábitos para ejercer influencia sobre uno mismo y de esa forma proyectar ese halo hacia el exterior.
Según el Dr. Travis Bradberry, autor del bestseller ‘Inteligencia emocional 2.0’, especificó cuáles son los hábitos de una persona influyente. La búsqueda de la excelencia, el control de las emociones y la creatividad son algunos de sus rasgos más destacados. Pero sobre todo su permanente voluntad de ir hacia adelante.
Cien por ciento proactividad: Son grandes propulsores. No esperan a que las cosas se desarrollen, sino que buscan ellos mismos desarrollarlas. En ese sentido, se anticipan, están atentos al contexto y desarrollan una visión a futuro para poder llevar a cabo lo que se proponen. Las personas influyentes le ven el lado positivo a las cosas.
Control emocional: El análisis racional es una de sus mayores fortalezas. Frente a las situaciones que se le presentan, piensan dos veces antes de reaccionar de manera emocional. Así, tanto si recibe un crítica o si tiene que marcarle a otro algo que le disgustó, el planteo surge desde el raciocinio.
Las personas influyentes son conscientes de que en muchos casos la respuesta emocional puede dañar al otro, al punto de poner en juego una relación.
Espíritu positivo: Ven siempre el vaso medio lleno. Saben que lo mejor está por venir porque confían en su propio poder para conseguir lo que se proponen. Pero mejor aún: buscan compartir con otros ese mismo poder.
Pensamiento autónomo: en lugar de dejarse llevar por la última tendencia o por la opinión pública, desarrollan un pensamiento propio. Sin embargo, mantienen su mente abierta y están dispuestos a cambiar de opinión siempre y cuando se les presenten hechos que lo avalen. La clave está en que el cambio de perspectiva no se basa en lo que otros dicen sino en lo que ellos saben y averiguaron.
Desafían el sentido común: se caracterizan por tener un espíritu disruptivo. Por eso, nunca están satisfechos con el status quo. Siempre van por más y se preguntan, ‘¿Qué pasaría si…?’, ‘¿Por qué no probar…?’. No temen desafiar los cánones establecidos, pero no buscan cambiar las cosas por pura rebeldía, sino que detrás de cada acto subyace la idea de mejorar el mundo.
Inspiran conversaciones: las personas influyentes no necesariamente buscan acaparar la atención practicando largos monólogos. Más bien les interesa fomentar el diálogo y estimular a todos los que están a su alrededor para que exploren nuevas ideas. En el marco laboral, inspiran el desarrollo del pensamiento lateral.
Expanden las relaciones: reconocen la importancia de establecer relaciones duraderas en el tiempo. Además de conocer a muchas personas, se interesan por entrar en contacto con los conocidos de sus conocidos. Pero principalmente buscan agregarle valor a cada vínculo. Comparten consejos y son generosos con lo que saben. Más aún, disfrutan de poner en contacto a aquellas personas que él considera que deberían conocerse por alguna razón.
Son personas enfocadas: las trivialidades no tienen cabida en sus vidas. No se distraen de lo importante e inspiran a otros a seguir ese mismo camino. Son enfocados en su accionar y en su discurso. Por eso, hablan sólo cuando tienen algo importante para decir y evitan aburrir a quienes están a su alrededor con comentarios de poco interés para ellos.
Abrazan las diferencias: quienes piensan distinto son bienvenidos en su vida. A diferencia de lo que les ocurre a muchos, las personas influyentes no reaccionan desde sus emociones y de forma defensiva frente a aquellos que tienen opiniones distintas a las propias. Como una de sus características es la humildad, reconocen que no lo saben todo y disfrutan aprendiendo de otros. Su objetivo no es tener la razón, sino llegar a un buen resultado de forma conjunta.
En definitiva, se puede ser una persona influyente, primero hacia uno mismo y proyectar lo mejor hacia las personas que nos rodean. De esa manera podremos también sembrar valores en los distintos estamentos de la sociedad, con la esperanza de que esa semilla germine y se propague hacia el resto de la sociedad.