Cada Semana Santa que acontece se reproduce puntualmente la amplia devoción que el pueblo le ofrenda a Deolinda Correa, culto popular que junto al del "Gauchito Gil”, en Corrientes, son los más significativos y convocantes de América Latina. La conducta religiosa distintiva de este tiempo se exterioriza en la peregrinación que realizan los creyentes hacia el oratorio, estos son los miles de promesantes, quienes especialmente el Viernes Santo parten desde la misma ciudad capital o desde Caucete. Ellos marchan usualmente caminando, reproduciendo simbólicamente el itinerario que hizo, según se cree, Deolinda Correa, llevando en sus brazos a su pequeño hijo. Esta peregrinación, de acuerdo a la tipología esbozada por los antropólogos sociales, posee una dimensión regional, pues asisten no sólo de San Juan, sino también de otras provincias, especialmente de la zona de Cuyo. Todo el conglomerado social que compone esta manifestación de fe, pertenece a diferentes estratos sociales, no hay diferenciación de clase alguna, incluso muchos de ellos pertenecen a credos que no son católicos.

Junto al caminar de la gente encontramos otras de las palabras claves de la experiencia religiosa popular; estas son las promesas que hace cada creyente, notándose que no existe una especialización en los diferentes pedidos que le solicitan a esta "santa informal”, como en los casos de los santos canonizados por la Iglesia como institución, sea por ejemplo el caso de Santa Lucía, a quien usualmente se le pide por "la vista”. Los pedidos a la Difunta se relacionan con la llamada "triada universal” compuesta por "salud, dinero y amor”.

Una vez llegados los promesantes al paraje de Vallecito, extenuados, pero impregnados de ese sentimiento religioso tan típico de nuestra gente, se llevan a cabos otras conductas rituales, varias de las cuales no se advierten en otras devociones. La más particular de ellas -que en realidad es una conducta religiosa sincrética- es la de subir la empinada escalera que lleva a la cima de la gruta o capilla, de rodillas o con el torso desnudo y de espaldas.

Luego sobrevienen las ofrendas, las más comunes son las botellas conteniendo agua "porque la difuntita murió de sed…” y encender velas. Según la antropóloga María Cristina Krause, en relación a la veneración a las ánimas, "la vela en el microcosmos sanjuanino es el símbolo mítico de la vida”.