Este año que se inicia muchos compatriotas deberíamos pensar en reformarnos, rehacer nuestra mentalidad y psicología. ¿Estamos realmente dispuestos a abolir las relaciones de lucha, violencia traducidas en destrozos, saqueos, incendio de automóviles, roturas de vidrieras comerciales realizadas en torno a algunas manifestaciones? ¿Estamos verdaderamente dispuestos a ser gente que promueve la paz y desea que los diversos intereses opuestos no sean tratados ni con la fuerza del furor, la agresividad y arrebatos? Debemos educarnos en estos pensamientos y deseos. Desde este punto de vista, ni siquiera estamos en los comienzos ¿Por qué? Porque llevamos mucho tiempo intoxicados con la idea de que sólo con estos métodos, con la política de los hechos consumados se puede obtener algo. Si no se adoptan actitudes extremas no se obtiene lo que se requiere. Esta es la mentalidad que debemos superar. Es necesario comprender de uno y otro lado, que ante todo, somos hermanos y habituarnos a ver en otro rostro, como el reflejo del nuestro, a vernos a nosotros mismos en los demás. Transferir a terceros ese sentimiento de personalidad que es precisamente lo que define nuestro yo; comprendernos a nosotros mismos en nuestros semejantes, universalizar nuestra personalidad de manera que otras personas sean tratadas como queremos que se nos trate. Para eso es necesario hacerlo sobre un plano superior, reorganizar nuestra sociedad, nuestra democracia, pero basada en los principios de la justicia, el derecho natural que nos dice que los hombres son semejantes entre sí y que todos tienen los mismos derechos, deberes y obligaciones. Esta predicación pareciera utópica e imposible de practicar. Pero todo es comenzar, y hacerlo con el corazón en la mano, capaz de ver las necesidades y las miserias ajenas.

No consideremos que la paz es pacifismo cobarde ni indiferente desinterés en las necesidades del prójimo, sino más bien fruto de un esfuerzo práctico… en la búsqueda del bien común a todos”.

Así, veremos que todo irá mejorando, y que un día, en nombre de Cristo y de la civilización, la paz entre los argentinos terminará triunfando. Pero una paz que no sea el resultado de un verdadero respeto entre los hombres, no es verdadera. ¿Cómo llamaríamos a este sentido del ser humano?: justicia. Mi invitación a celebrar la paz resuena como un pase a practicar con esmero la justicia. Sabemos que hay muchos factores que la obstaculizan y evitan la posibilidad de paz: socioeconómicas, políticas, culturales, desigualdades extremas entre las clases sociales, pocos tienen mucho y muchos tienen poco…o nada.

 

Tener presente en nuestras mentes que la paz es, ante todo, obra de la justicia. Trabajan por la primera quienes educan a las nuevas generaciones en la convicción de que cada hombre es nuestro hermano; pero hay quienes conciben la tutela de los intereses políticos como una necesidad dialéctica del vivir social, con el estímulo del rencor y de la lucha. No consideremos que la paz es pacifismo cobarde ni indiferente desinterés en las necesidades del prójimo, sino más bien fruto de un esfuerzo práctico, continuo y concorde para la construcción de una sociedad fundada en la solidaridad, en la búsqueda del bien común a todos. Pero es necesario además que se desarraiguen los motivos de discordias e injusticias. No es paz la impuesta por el miedo y la fuerza como un “orden establecido”; ni es la paz de los “domesticados” o de los indiferentes. La paz está radicalmente desvirtuada cuando se ignora la hermandad entre nosotros. En cambio sí es la gran idea cuando celebra el amor, la comprensión, la corrección de procederes y cuando descubre que los argentinos somos hermanos y debemos vivir como tales.

 

No puede haber bienestar general, el bien de las personas si no insistimos en saber comunicarnos con sinceridad, confianza y respeto, aprovechando las riquezas y virtudes del espíritu y la sabiduría.