Al comenzar el siglo XX se produce en nuestra música la gran transición, al pasar de las rimas improvisadas en guitarreras entre versificadores que entonaban las estrofas que su ingenio le permitía pensar rápidamente para responder enfrentando las expresiones del rival del momento. Sin duda las figuras emblemáticas de aquella época fueron Gabino Ezeiza y José Betinotti, saltando el primero a un primer plano al resultar victorioso en una famosa payada en la costa oriental del Río Uruguay frente a un rival local, en la que debió improvisar su conocido "Heroico Paysandú" para poder salir con vida y en andas de dicha ciudad.

Pero el más recordado es sin dudas José Luis Betinotti, "El Ultimo Payador" al decir de todos los expertos quien, según le dedicara Homero Manzi: "Eras delgado y ágil, de rostro pálido. Vestías casi siempre un traje oscuro, con saco de solapas pequeñas. Y lucías en el pecho, debajo de tu mentón lampiño, el moño negro y volador que enlutaba tu bohemia romántica. De tu frente limpia arrancaba un jopo caprichoso, castaño y elegante. Venías del barro. Del fondo de tu barrio allá por Almagro". Nació en Buenos Aires en julio de 1878, falleciendo en la misma ciudad en abril de 1915. Sus primeras andanzas tuvieron lugar amenizando reuniones familiares o en los pueblos vecinos a la gran capital.

Con el tiempo fue aumentando su popularidad, orientada su actividad musical como cantor de serenatas en aquellos tiempos donde aún existía tal costumbre, y fue justamente el "Negro" Gabino Ezeiza quien le aconsejó se dedicara a las payadas para competir con eventuales rivales tanto en la capital como en el interior de la provincia.

Fue amigo de Carlos Gardel, y según algunos autores, solían buscarse mutuamente para amenizar veladas en supuestos contrapuntos que los fueron popularizando en el ambiente de las barriadas porteñas, siendo Betinotti según algunos autores el primero en apodarlo "Zorzal" al por entonces sólo conocido como el "Francesito".

Y fue justamente Gardel quien le grabara su primera canción, y a la vez la más famosa: "Pobre mi madre querida", siendo posteriormente el dúo Gardel-Razzano quien estrena en el famoso "Café de los Angelitos", en la esquina de Rivadavia y Rincón, los valses "Como quiere la madre a sus hijos" y "Tu diagnóstico", más tarde grabados por Carlitos en 1919 y 1922 respectivamente.

Personalmente, recuerdo una película de mediados del siglo pasado, en la cual Hugo del Carril nos emocionó a todos los jóvenes que por una razón u otra estábamos lejos de nuestros hogares maternos, cuando al personificar a Betinotti le canta esta pieza tan cercana al corazón de todo buen hijo, a la excelente actriz Amalia Sánchez Ariño, que hacía de madre del payador. Creo que todos quienes vimos esa escena coincidimos profundamente con Gardel. Hoy se lo recuerda al último payador en "Betinotti", una hermosa milonga de Homero Manzi y Sebastián Piana magistralmente grabada hace varias décadas por Ignacio Corsini.

Y de este personaje histórico de nuestro acervo ciudadano, pasamos al primer tanguero que merece el nombre de tal, Angel Villoldo, quien le diera letra a las composiciones musicales que al comienzo del siglo eran solamente ritmos bailables comunes en los círculos académicos del centro y también en los burdeles barriales. Villoldo era una figura conocida en toda la ciudad, siendo popular tanto por sus actuaciones como recitador, guitarrero y autor costumbrista como por sus imponentes bigotes tipo manubrio, que paseaba desde el Barrio Norte y Palermo hasta Barracas y la Boca. Nació en Buenos Aires en febrero de 1861, falleciendo en la misma ciudad en octubre de 1919. Fue el primer autor de versos compatibles con el ritmo del tango que comenzaba a imponerse en el Río de La Plata al despuntar el siglo. Según los expertos, la primer letra de la que se guardan registros fue "La morocha", presentada en 1905, pero la fama como tanguero le llegó a Villoldo con los versos de "El porteñito", una letra de contenido no muy santo ya que relata la habilidad de un porteño para vivir a costa de una mujer.

Villoldo no pudo ser menos que todos los tangueros con cierto prestigio de comienzos de siglo, y así viajó para grabar a París en 1917 junto Alfredo Gobbi, financiados por las conocidas tiendas Gath & Chaves. Cuando regresó a Buenos Aires ya había pasado el momento para el estilo musical que lo caracterizaba, dedicándose entonces a escribir crónicas costumbristas y dirigiendo un conservatorio.

Según José Gobello se lo puede incorporar con toda justicia entre los mejores escritores costumbristas de su época, combinando el encanto de las payadas improvisadas con las milongas de letra estudiada.