Pakistán lleva días tratando de llamar la atención sobre su desesperada situación. Richard Holbrooke, representante especial de Estados Unidos para Afganistán y Pakistán, resumía la impotencia de la operación humanitaria al revelar el fracaso absoluto en la recaudación de fondos a través de mensajes de telefonía móvil.
Es que tras el terremoto de Haití se hizo esa campaña y se recaudaron millones de dólares, mientras que ahora no se explica el motivo de la pasividad generalizada ante una nueva tragedia que necesita de la solidaridad mundial. Los motivos son muchos y tal vez las inundaciones provocan menos respuesta que los sismos, cuya destrucción súbita y espectacular, genera mayor empatía. Otra razón más cruel es el lugar de la tragedia. Unos países importan más que otros, incluso en el grupo de las naciones que importan menos, y Pakistán se encuentra casi al final de ellos. Una tercera razón, es puramente matemática: el tsunami del océano Índico que en 2004 mató a cerca de 240.000 personas elevó el número de muertos mínimo para sensibilizar a las personas y poner en marcha a los medios de comunicación.
Ahora en Pakistán, 20 millones de personas han sido afectadas por las inundaciones, hay cerca de 2000 muertos y son 12 millones los desplazados. La sucesión de desastres y el bombardeo de información sobre ellos han ido endureciendo las conciencias, pasando a ser más tolerantes con la desgracia ajena y, en los peores casos, indiferentes. Las historias de supervivencia, pérdida y solidaridad pasan por la pantalla sin que a veces se le preste atención. Sólo una pequeña parte de los seis millones de personas que necesitan agua, comida y techo han recibido ayudas.
La ONU teme que se desencadene una segunda oleada de muertes por los posibles brotes de enfermedades. La falta de agua potable puede provocar epidemias de cólera y diarrea e infecciones respiratorias. En las zonas más afectadas 200 de 1167 centros médicos, entre ellos hospitales, resultaron dañados. Ante la falta de reacción del Gobierno, la población comienza a rebelarse, recordando que mientras se desencadenaba la tragedia, el presidente pakistaní, Asif Ali Zardari, recorría Europa.
La era de la tecnología informativa, con noticias ininterrumpidas y actualizaciones constantes, lejos de ayudar, contribuye al hastío. Se actualizan cifras y se pasa por el alto el drama humano que podría ayudar a sensibilizar. Damos menos. Toleramos más el dolor ajeno. Y, como Pakistán comprobará en breve, olvidamos antes.
