No tenía otra Celso Jaque que la ampulosidad para reaccionar a la noticia de una nueva promoción industrial para sus vecinos. Era eso o el degüello en plaza pública, bajo pena de traición a la clásica mecánica provincial del zapateo que siempre termina enganchando algo con su anzuelo.
Fue una operación menos direccionada a frenar lo que ya parecía inevitable -la decisión política nacional de otorgar un beneficio impositivo regional en los bordes de Mendoza- que a intentar sacar tajada propia por medio de la instalación de cierta necesidad de compensación. Como la que cosechó, vueltas de la vida, Julio Cobos en tiempos de gobernador mendocino y de alfil kirchnerista cuando levantó los brazos para mostrar la firma presidencial en la concesión de un dique, a cambio de archivar un reclamo idéntico.
Esta vez, las consecuencias fueron graves en dos dimensiones: la política y la social. La primera, por la escalada peligrosa de frases cada día más picantes entre la dirigencia mendocina y la sanjuanina, en el regreso a aquel viejo clásico regionalista que ya parecía convenientemente archivado. El segundo, por la ruptura de las buenas costumbres entre vecinos, un supuesto necesario para potenciar a dos provincias que se deberían recostar en la sabiduría de los esfuerzos comunes.
Y un nuevo ingrediente para redondear el combo explosivo: la minería. Que apareció deslizado en los titulares de los diarios vecinos cuando reclamaron por la presencia de Gioja y Beder Herrera en la comitiva de Cristina a Canadá, adjudicada al apoyo de ambas provincias -justamente San Juan y La Rioja beneficiadas por el decreto de la promoción industrial- a esta actividad que por ahora no recala en Mendoza. En este caso no por decisión ajena como un decreto nacional sino por opción propia.
En medio de los chisporroteos industriales que ya llevan varias semanas, el asunto minero se coló en la agenda con el viaje al que la Presidenta decidió subir a dos gobernadores mineros. Y los títulos destilaron doble sentido cuando afirmaron que Gioja viaja a Canadá por "sus lazos con Barrick", eficaz insinuación hasta delictiva para agregarle algo de combustible al fuego industrial.
Es curiosa la vinculación mendocina con la minería. Desde que el Gobierno decidió escuchar las presiones ambientales y rechazar la minería con cianuro y a cielo abierto en la provincia, a ningún gobernador se le podrá ocurrir proclamar en voz alta algún mínimo deseo de cambiar la decisión, aunque más no sea para no perder demasiado terreno frente a sus vecinos que sí lo hacen. Y más de uno se ha sentido tentado, incluyendo al propio Jaque.
Pero si deciden mantener el criterio, también se lo facturan. Como le enrostran al gobernador ahora que el avión presidencial fue habilitado para Gioja y Beder por su condición de mineros, un requisito no verificado pero igualmente imputado en la cuenta de Jaque.
O el pequeño revuelo que causaron hace algunos días las cifras comparadas de exportación entre San Juan y Mendoza que indican que, por primera vez, los sanjuaninos superaron las ventas al exterior de los mendocinos y la única explicación para eso fue la operación de las minas de oro en Iglesia y Jáchal.
Contexto complicado, entonces, para librar la nueva versión del clásico provincial por los beneficios impositivos nacionales. Que pusieron a Jaque en el callejón sin salida de mostrarse activo para no dilapidar su escaso margen político en el último tramo de su mandato, ya en tiempo de descuento y sumido en un desgaste generalizado.
Y que lo obligó a un golpe de escena, donde supuso que encontrará el oxígeno que le hace falta para llegar con autoridad a la entrega del testimonio, dentro de un año y medio. Rompió entonces con sus viejos aliados regionales, como lo fue Gioja desde el mismo momento en el que decidió zambullirse en la carrera por la sucesión de Cleto Cobos. Un gesto que, convertida esa influencia sanjuanina en el eje del mal como lo está hoy en Mendoza, pudo haberle entregado algún punto adicional en su valoración personal tierra adentro. Y después reunió al oráculo de ex gobernadores de su provincia -Cobos, vicepresidente y rival, incluido- a la mesa para la foto de circunstancia y en símbolo de unión interna ante la amenaza invasora. Voltereta por la galería que el elector raso debería valorar.
Luego, que pase lo que pase en la ofensiva judicial que vuelve a poner a los vecinos de un lado y otro de los estrados judiciales. Si prospera el reclamo, bien. Y si no, nadie podrá señalarlo por haber permanecido de brazos cruzados cuando los Kirchner -sus Kirchner- decidieron un día avanzar en una medida que entienden más en contra suya que en favor de alguien, y que por esa razón es un dardo posible de ser inoculado con el veneno de la traición. Mucho menos, será así encontrado capitulando ante la influencia de Gioja, hasta aquí algo más que un compañero de ruta.
En San Juan, la reedición de los cruces con Mendoza no generó sorpresa entre quienes conocen el paño de la política vecina y que entienden bien claro eso de que el gobernador no tenía opción. Lo que no significa comprender cómo es posible que alguien levante tanto el tono por concesiones a un tercero.
Más aún, si es que no puede señalarse precisamente a Mendoza como una provincia desabastecida de cesiones impositivas desde la Nación, como lo señala un informe del economista Américo Clavel en el que constan al menos siete oportunidades en que el bolsillo nacional se abrió para atender reclamos mendocinos sin que surgiera entonces ninguna ofensiva envalentonada desde los vecinos.
El punto es importante porque el reclamo mendocino contra la promoción que alguna vez obtuvo dictamen favorable de la Procuraduría antes de que Cobos lo cambiara por un dique, no consigue demostrar que la provincia resulte afectada por alguna empresa que ante el beneficio prefirió San Juan y no Mendoza, sino que la emprende por el camino de demostrar que se afectan recursos que de otra manera se hubieran coparticipado al resto de las provincias. Como también lo fueron aquellas 7 concesiones a la propia Mendoza.
Del lado de Gioja, la reacción localizó en el diccionario algún término de los más personales que utiliza el sanjuanino: habló de "bolas" dos veces.
Primero, para decir que los vecinos no las tienen para hacer minería en su provincia, una manera algo rústica de confesar que la contracara de desarrollar la minería es una catarata de cuestionamientos y críticas que él decide enfrentar si es para generar actividad. Lo que convierte en comprensible la devolución, el citado caso en que funcionarios y medios mendocinos lo subieron al avión de Cristina por su "lazos con Barrick".
También habló de bolas para pedir que se dejen de inflarlas con ese continuo juego de espejos entre los pasos de su gestión de Gioja y la de Jaque, que hace que todo lo que ocurra aquí encuentre reclamos de allá.
Tanto en los asuntos vinculados con la Nación, como este beneficio impositivo, los viajes en el Tango, las obras que le toca a cada uno o el himno en Ischigualasto, como en los asuntos en los que las provincias son autónomas y pueden decidir lo que les parezca: la minería o las fiestas del Sol y la Vendimia. Y siguen las firmas.
El contexto de cristianos a los leones, de gladiadores tribuneros o espadachines de fantasía, mal síntoma para que se restablezca la racionalidad.
