Los presidentes de México, Brasil, Colombia y Bolivia no se han unido al resto del mundo democrático para condenar explícitamente el ataque de Irán a Israel. Lo que es más, aunque se autodefinen como “progresistas”, no critican mucho la bárbara discriminación gubernamental contra las mujeres, las niñas y la comunidad gay en Irán. El grupo G-7 de los países democráticos más desarrollados (Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania, Francia, Italia y Canadá), así como la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos, han emitido declaraciones diciendo que “condenan inequívocamente” el ataque de Irán del 13 de abril contra Israel, y expresando su “solidaridad” con Israel. Sin embargo, los presidentes de México, Brasil, Colombia y Bolivia no condenaron explícitamente el ataque de Irán. En cambio, hicieron declaraciones vagas llamando a la paz, que parecían dirigidas más que nada a evitar una respuesta militar israelí. López Obrador dijo en su conferencia de prensa del lunes 15 que la posición de México es “no condenar a ninguna de las partes, sino buscar el diálogo y que cese la guerra”. En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva pidió que “todas las partes” en el conflicto se abstengan de nuevos ataques. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, calificó de “propaganda geopolítica” la declaración de la OEA que condenaba el ataque iraní. La neutralidad de estos presidentes sobre el ataque de Irán, o sobre la invasión de Rusia a Ucrania, aunque algunos de ellos denunciaron esta última en un principio, sienta un precedente peligroso. Si uno se declara neutral ante estas violaciones a la soberanía territorial, ¿no está abriendo el camino para que mañana Rusia invada a Polonia, o Estados Unidos el norte de México? Asimismo, es irónico que estos líderes autoproclamados “progresistas”, al igual que los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, casi nunca hablan de las violaciones a los derechos humanos y civiles en Irán.
La neutralidad de los presidentes de México, Brasil, Colombia y Bolivia sobre el ataque de Irán, o sobre la invasión de Rusia a Ucrania, sienta un precedente peligroso.
Irán dice que su ataque contra Israel fue en represalia por el reciente ataque aéreo de Israel a un complejo de la embajada iraní en Damasco, Siria, que mató a un alto comandante iraní que asesoraba al ejército terrorista Hezbolá. Irán utiliza desde hace mucho tiempo ejércitos terroristas en Siria y otros países, como Hezbolá y Hamás, para atacar a Israel. A pesar del terrorismo de Estado de Irán, varios países latinoamericanos han estrechado sus vínculos con el régimen iraní. El año pasado, el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, hizo una visita de cinco días a Venezuela, Nicaragua y Cuba, durante la cual firmó “docenas” de acuerdos de cooperación, según la agencia de noticias Al Jazzeera. También el año pasado, el ministro de Defensa de Irán, Mohammad Reza Ashtiani, firmó un acuerdo de cooperación bilateral con Bolivia que está generando ansiedad en Argentina, el país con la comunidad judía más grande de América latina. Altos funcionarios argentinos temen que militares iraníes en Bolivia puedan intentar un ataque como el devastador atentado de 1994 contra el centro comunitario judío AMIA en Buenos Aires, que dejó 85 muertos y 300 heridos. El máximo tribunal penal de Argentina dictaminó el 12 de abril que Irán y su subsidiaria Hezbolá fueron los responsables de ese atentado. No hay excusas para no condenar explícitamente el ataque de Irán. Y es irónico que algunos que se proclaman “progresistas” avalan, aunque sea tácitamente, a uno de los regímenes más cavernarios del mundo.
Por Andrés Oppenheimer
Columnista del The Miami Herald