En 1880, cuando Thomas Alva Edison patentó la bombilla eléctrica incandescente, había conseguido hacerla comercialmente viable. Con anterioridad, otros habían creado bombillas en laboratorios de investigación, que funcionaban por poco tiempo. Edison sabía que su bombilla podía perfeccionarse y durar más aún, pero aceptó no hacerlo a fin de que su negocio fuera rentable. De hecho, en 1972, en el Parque de Bomberos de Livermore (California), se descubrió una bombilla eléctrica Shelby que funciona continuamente desde 1901. Hasta se le hizo una fiesta con torta y bailes cuando cumplió 100 años. Su inventor, y rival de Edison, Adolphe Chailett, se llevó el secreto a la tumba. Con su actitud, Edison fue el primero en aplicar la obsolescencia programada o planificada. Diseñó un producto sabiendo que en determinado tiempo se volvería obsoleto y evitó mejorarlo para garantizar su negocio, táctica que reconoció muchos años después.
Para 1921 las bombillas duraban 2.500 horas. El negocio perdía rentabilidad y a fines de los años 20, los principales fabricantes de bombillas del mundo (Philips, Osram y Zeta), se unieron y limitaron ese progreso a 1.000 horas, objetivo que se logró hacia 1940, merced a multas que se aplicaban a fabricantes que no cumplían, en más o en menos, con lo establecido. Incluso General Electric, fue acusada de competencia desleal por sus bombillas de 400 horas. En aquellos años no se tenía en cuenta la contaminación del planeta.
La producción en masa, hacía bajar los precios. La sociedad comenzó a consumir, tirar y volver a comprar. Un artículo que no se desgastaba, era una tragedia para un negocio. El Ford T fue un auto de diseño básico, durable y seguro. Pero General Motors adoptó una estrategia distinta. Diseñó un Chevrolet que complaciera a las mujeres, mucho más barato que el Ford e introdujo el concepto de modelo anual a fin de que los usuarios lo cambiaran cada tres años. Ford tuvo que retirar su Ford T y adoptar la estrategia de su competidor. Las primeras medias de nylon eran prácticamente irrompibles. En 1970, Dupont disminuyó los aditivos contra el sol y el oxígeno y el nylon resultó menos resistente. De repente las medias eternas, se corrían. Salían malas. Y las ventas aumentaron drásticamente. Esta concepción surgida en Norteamérica, difería del enfoque europeo. Allí las guerras y hambrunas motivaron a comprar las cosas para siempre. Un traje, muchas veces, duraba desde la boda hasta el entierro. Esta era la idea que la mayoría de los inmigrantes trajeron al Nuevo Mundo. Sin embargo, a mediados del siglo XX, con la irrupción en el mercado de artefactos eléctricos y electrónicos, diseño y marketing generaron compradores insatisfechos, que persisten hasta la fecha. No siempre se compra por necesidad sino para crecer. O para ser felices con el último modelo. O para ser los primeros en tenerlo. Actitud que fomenta la obsolescencia programada.
Hoy se diseñan impresoras con una vida útil de 18.000 páginas por ejemplo. La batería irremplazable de los primeros I-Pod, sólo duraba 18 meses. Apple fue demandada y tuvo que crear un servicio de recambio de baterías. Cuesta más reparar muchos componentes electrónicos, que comprar uno nuevo. En el software, el fabricante, actualiza los programas y obliga a comprar una nueva versión que, a veces, implica un cambio de ordenador.
En tanto, los desechos se acumulan. Se considera que cada habitante de la tierra produce 1 kg de basura por día. O sea, diariamente, se generan 7.000 millones de kg de desechos que incluyen componentes metálicos peligrosos para la salud, como el plomo de las baterías o el plástico que demora 100 a 1.000 años en descomponerse. Y para hacer más dramática la situación hay países que venden esa basura, como productos de segunda mano, siendo que el 80% no se pueden reparar y llenan vertederos, ríos hasta llegar a los océanos, como ‘la gran mancha de basura+ que existe en el Pacífico.
El planeta no puede sostener este espíritu despilfarrador por más que el ‘compre, tire y compre+ parezca ser la solución a la falta de trabajo. Las industrias deben invertir en mayor investigación para que la calidad de los productos mejore sin dañar el medio ambiente. Ya se están fabricando productos con sellos de garantía que no poseen obsolescencia programada.
Las bombillas incandescentes, reemplazadas por las fluorescentes compactas (bajo consumo) que poseen algo de Mercurio contaminante, deberán dar paso a los diodos emisores de luz (LED) ó a las halógenas ecológicas con una eficiencia de hasta 100.000 horas de duración. Habrá que revalorizar lo duradero y, lo más importante y difícil: realizar un cambio cultural valorando a las personas por lo que son y no por lo que tienen.
