Argentina se dirime entre decenas de discursos políticos con ideologías sin definición alguna, las que discrepan en su contenido de aplicación práctica.

No sólo este fenómeno se observa en las determinaciones que los gobernantes toman cuando se refieren a las políticas internas sino que también se reflejan en la concerniente a las relacionadas con incidencia a las políticas públicas internacionales. Para esta época, aquella histórica Torre de Babel parece ser hoy el símbolo de los tiempos contemporáneos, tiempos en los que pueden confluir, verdaderas políticas de desencuentros y por los que no sería descabellado profetizar el comienzo del final de un período que nos puede llevar al cambio para el bienestar social o bien al de una política del sin fin por el anti valor con el único denominador: la corrupción.

La Torre de Babel debe su nombre al verbo ‘balbál" que significa confundir; Babel es el lugar en donde Yahvé confundiría a los hombres al ejercer sobre éstos el poder de que hablaran lenguas diferentes. El hecho provocaría la dispersión de los seres humanos sobre la Tierra en grupos o tribus.

Lo distintivo de la nueva Torre de Babel, sería que el hombre, confunde al propio hombre, ya que este habría abandonado la consideración del Bien Común por el interés del bien propio sostenido en los pilares del poder y el dinero. De todas formas se está a tiempo de cambiar esta inexorable política de ignominia, desinterés, aversión e indiferencia por el otro. Algunos países de América, han comenzado este proceso, abandonando aparentes y rescatables populismos, disfrazados de cordura y democracia. Creo que la Argentina que se viene deberá comprender no con las solas luces de la razón esta predeterminación sino que se deberá dirimir intestinamente para torcer un futuro de confusas expectativas, enfrentando al Goliat de la corrupción.