El caso Mirtha Legrand. Nota previa: El sábado 30 de marzo por la noche, en el programa de mayor audiencia de ese día conducido por la veterana Mirtha Legrand, una invitada, Natacha Jaitt, denunció como pedófilos a algunos de los principales periodistas de Buenos Aires, artistas y otros miembros del ámbito del espectáculo sin exhibir, al menos hasta ahora, prueba alguna. No hubo réplica de la conducción por lo que se supone que todo estaba previsto así. Las lógicas réplicas de los personajes acusados obligaron una explicación de la producción que se resume en el título de este comentario, “Nos enceguecimos con el rating”.
Estas palabras que suenan a disculpa, pronunciadas en un reportaje por el nieto de Mirtha Legrand, Ignacio Viale, representan en realidad la razón de ser de la televisión. Por lo menos en nuestro país y en las décadas recientes cuando se popularizaron los reality shows y algunos programas que son realities aunque aparenten tener un formato periodístico. Otro Viale, Mauro, inauguró el género tiempo atrás curiosamente con alguien que estuvo presente en la “mesaza” del sábado a la noche en el ahora comentado espacio de Mirtha, Guillermo Cóppola. Mientras ejercía la representación nada menos que del futbolista Diego Maradona se le endilgó haber ocultado droga dentro de un jarrón durante una fiesta de la que era anfitrión. Aquello dio lugar a que, en uno de sus shows de media tarde, Mauro permitiera agarrarse literalmente de los pelos en cámara a las recordadas Samantha y Natalia, dos chicas que habían participado de la reunión con Cóppola. Es importante entender la lógica de cada medio. Los diarios fueron y siguen siendo los que apelan casi exclusivamente a la razón. La persona compra el diario voluntariamente, paga en cada caso, se toma su tiempo para detenerse a leer, releer, analizar, llegado el caso volver a consultar, subrayar, cortar etc. y quienes escriben se preocupan por mantener las reglas del lenguaje y de la lógica para desarrollar un relato. Es cierto, se suele exagerar con algún título para llamar la atención, hay algún desarrollo llamado “bajada” que contribuye a esto, tal vez la fotografía pueda ser algo escandalosa pero, al fin, en este medio sigue prevaleciendo la racionalidad, la apelación al juicio y entendimiento del lector. La radio tiene algo más de pasión, participa del negocio del entretenimiento, mantiene rasgos de racionalidad y principalmente su función es acompañar como una especie de banda de sonido para la vida del escucha. La televisión es todo afecto, allí es más eficiente llorar que dar una buena explicación. Ser convincente no implica dar mejores argumentos sino expresar lo que sea con firmeza, simpatía y empatía con quien mira sentado a la mesa de la cena o tranquilo desde un sillón en su casa. “Qué bien que estuvo” se dice de algún participante de un debate. Cuando uno pregunta qué dijo, se lleva grandes sorpresas si el interlocutor televidente logra articular alguna respuesta, porque la mayoría de las veces ni siquiera puede identificar el tema. Tal cual lo expusiera décadas atrás Giovani Sartori en el clásico “Homo Videns”, un libro que merece ser releído, vivimos en la era de la imagen, ahora acrecentada por esas pequeñas pantallas de los dispositivos móviles personales. En la ex “pantalla chica” (porque cada vez es más grande) todo tiende a ser exagerado. Si uno mira una serie de USA, puede creer que la mitad de la población de aquél país es afroamericana cuando apenas llega al 7%. En la nuestra se exponen conductas limítrofes no porque la mayoría de la gente las practique sino porque resultan atractivas por ser exóticas. En el fondo, el espectador espera una mezcla entre ficción y realidad aunque se esté tratando el tema más delicado. Hay que dar movimiento y ritmo aunque la cuestión no lo justifique o admita. La gente “normal” entendiendo este término por la que ejercita conductas comunes o medias, no aparece, no es noticia. Lo es la que sale de lo común. En la ética del medio, más puntos de rating significan el bien y lo contrario el mal. Esto se mide en tiempo real, así que cuando un entrevistado aburre y bajan los números, se comunica al conductor por un audífono interno que lo despida inmediatamente. Cuando mantiene o aumenta se pide lo contrario, que se lo mantenga hasta que el interés se agote. Más gente frente a la pantalla significa más éxito y más publicidad. La transmisión on-line de los programas por internet permiten contar exactamente la cantidad de clicks y eso es lo que se vende a los anunciantes o a quien fuere. La llegada de la abundante programación del cable físico o virtual y los sistemas de streaming como Netflix, Disney y otros van reduciendo cada vez más las audiencias y la lucha por uno o dos puntos de rating es muy dura y ha puesto a los canales abiertos en situación de extrema supervivencia. Solo dan rédito económico los que están bien arriba, los demás todos pierden plata. Nuestra explicación no pretende aprobar conceptos como los desnudados por Nacho Viale diciendo “hay fechas en las que cuesta mucho ganar espectadores, el día de la madre, el sábado de semana santa, nos equivocamos”. Pretende advertir que para el futuro solo podemos esperar cosas peores a las irresponsables denuncias hechas por una “puta cara”, como se definió a sí misma Natacha Jaitt. Esperar lo contrario puede ser un gesto de candidez e ingenuidad que no se corresponderá con la realidad.