Ante el dolor no se debe actuar con indiferencia y abrazar con la mirada.

 

El padre José Manuel Fernández hace referencia en esta ocasión a un pasaje de la Biblia, el Capítulo 7, versículo 11 al 17, del Evangelio de Lucas, en el que comenta lo ocurrido cuando Jesús se trasladó hasta una ciudad llamada Naín, un lejano poblado al este del valle de Jezreel, en la que se encontró con el sepelio del hijo único de una mujer viuda, ante lo cual no fue indiferente.

Señala el sacerdote que:

Jesús se conmovió y le pidió a la mujer que no llorara y después se acercó y tocó el féretro ordenando al joven fallecido que se levantara. Al cumplirse la orden Jesús entregó el joven a su madre.

Hasta el momento, lo que había acontecido es que la comitiva que acompañaba a Jesús se encontró con otro cortejo, el de un muerto que tenía como destino ser depositado en una tumba. Son dos procesiones que se cruzan en direcciones opuestas, la primera es la de una comitiva en viaje llena de vida siguiendo al Maestro que se dirige hacia Jerusalén. La segunda, es una procesión de luto y de muerte.

La dimensión de esta tragedia es amplificada por el hecho de que la única riqueza de una viuda, que ya no podía contar con su marido, era el hijo único. Ella queda sin protección y sin apoyo económico. La viuda eras símbolo de desamparo. Por eso las leyes humanistas insisten tanto y tan frecuentemente en el deber de ayudar y asistir a las viudas como a los huérfanos y a los extranjeros.

El ver de Jesús es una mirada que no lo deja indiferente. Es un mirar que se hace cargo de la situación, motivando el encuentro y recreando las condiciones de vida verdaderas. Esto es un llamado de atención también para nosotros en la vida cotidiana. ¡Cómo miramos!

El amor de Dios

Acá lo más importante son los sentimientos de Jesús y su divina compasión. Aquí no hay nadie que venga a rogarle a Jesús, aquí nadie le pide nada, no hay mensajeros que soliciten su intervención, no hay ruegos. Se trata de un signo encaminado a la fe o una acción dramatúrgica, milagrosa condicionada por la fe. Aquí, lo único que le importa al evangelista Lucas es señalar la actitud de amor de Dios, Jesús, a los hombres y sobre todo a aquellas personas que sufren. La profunda compasión por sus miserias y de su iniciativa absoluta e incondicionada en la búsqueda del bien de todas sus criaturas.

La iniciativa pertenece a Jesús, cuando ve la escena fúnebre sigue su palabra y acción. El ver de Jesús es una mirada que no lo deja indiferente. Es un mirar que se hace cargo de la situación, motivando el encuentro y recreando las condiciones de vida verdaderas. Esto es un llamado de atención también para nosotros en la vida cotidiana. Cómo miramos! Jesús mira y se hace cargo del dolor del otro. Él va de camino hacia Jerusalén y en ese sendero encuentra a su pueblo, los últimos, a quienes sufren. Esos encuentros son constitutivos, esenciales de su ministerio. La mirada de Jesús no se dirige al hijo difunto, sino a la mujer. No es la muerte la que provoca la compasión, sino la madre que llora. Esto resulta insoportable para Dios. Se deja herir por las heridas del corazón de esa madre que no reza a Jesús, no lo busca, no lo llama, pero todo en ella es una súplica sin palabras. Y Dios escucha la elocuencia de las lágrimas. Esas lágrimas hablan por sí solas. El texto sagrado dice que el Señor tuvo compasión de ella. 

El que había dicho felices los que ahora lloran porque reirán, hizo realidad esa bienaventuranza. La compasión parte de su corazón y va al corazón de quién padece. Tocar es una palabra dura que nos pone a prueba, ya que no es espontáneo tocar al contagioso, al infectado, al mendigo, al féretro. No es un sentimiento sino una decisión. Al decir de Shakespeare hay que darle palabras al dolor y esto es lo que hace Jesús. 

"Abrazar con la mirada"

Frente al milagro cumplido por Jesús, la multitud lo aclama con el título de profeta. Con la calificación de grande: Un gran profeta ha surgido entre nosotros, no se trata de un profeta cualquiera ni se encierra en anuncios para el futuro, sino que se acerca a quien llora y tiene heridas en el presente. Es el profeta de la compasión y de la misericordia que se detiene y se arrodilla frente a Jesús.

La gente decía, un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo. Visitar significa ver, abrazar con la mirada. Qué bella expresión: "abrazar con la mirada", considerar. El Dios que se detiene ante el luto y el llanto, es el Dios que abraza con su mirada y su misericordia para enjugar las lágrimas de los hombres y seguir derramando vida. 

 

Por el Presbítero Dr. José Manuel Fernández