El tema de la pena de muerte sigue dando qué hablar. El domingo pasado el papa Francisco pidió que durante la celebración de este Año santo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia no se ejecute ninguna pena de muerte, e hizo un llamamiento a la comunidad internacional para que acuerde su abolición definitiva.
No hace mucho se desarrolló en la ciudad Eterna, un congreso internacional acerca de este tema. La organización corrió por cuenta de una entidad italiana de nombre ‘Nessuno tocchi a Caino”, y se desarrolló en los días 18 y 19 de diciembre de 2015.

Entre otras cosas allí se constató que ‘en los 18 años que van del 1976 a 1994, 49 países del mundo han abolido la pena capital. Pero, en los 18 años que siguen a 1994 los países neo abolicionistas son 53”. O sea, hay mucho que caminar todavía en orden a la idea de abolir definitivamente este tipo de castigo.

Obviamente el atento lector dirá con razón: es bueno pensar ‘Que nadie toque a Caín”, entendiendo el símbolo bíblico referido al primer homicida de la historia. Todo delincuente ha de ser sometido al juicio justo y castigado proporcionalmente si ello condice con la gravedad de su delito. Pero también es justo afirmar sin recelo: ‘Que nadie toque a Abel”, pues éste es el hermano de Caín, cuya sangre derramada suscitó la ira de Dios: ‘La sangre de tu hermano clama desde el suelo”, dijo el Creador ante el espectáculo de la injusta muerte fratricida.
No ha transcurrido un año -exactamente el pasado 20 de marzo de 2015-, en que el Papa Francisco pronunció un Discurso ante la Comisión Internacional contra la pena de muerte. Allí expresó, entre otros conceptos: ‘La pena de muerte implica la negación del amor a los enemigos, predicada en el Evangelio. Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos obligados no sólo a luchar por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal, y en todas sus formas, sino también para que las condiciones carcelarias sean mejores, en respeto de la dignidad humana de las personas privadas de la libertad”. Conceptos similares los vertió en octubre del año 2014.
Expresiones contundentes y con fuerza inédita.

Hay continuidad del magisterio de la Iglesia, en el nivel más profundo de la defensa de la sacralidad de la vida y el mandamiento de no matar. Pero los argumentos que hasta ahora se sostenían, según el Papa, ya no se pueden formular así. Y aquí sí hay discontinuidad.
El argumento de la legítima defensa social ya no se puede esgrimir pues no se está ante un agresor en acto sino que el delincuente ya está neutralizado. Está en la cárcel. Tampoco la pena de muerte cumple con otros fines como la reparación del daño causado o la enmienda y socialización del reo. La dignidad de todo ser humano no se pierde con el delito. La intangibilidad tampoco. No existe, desde el Estado, una forma ‘humana” de matar.
Así piensa el filósofo argentino Alejandro Rozitchner: ‘estoy a favor de la pena de muerte. Si consideramos un caso de la violación de un menor seguida de muerte, ¿qué haríamos con quien cometió el crimen? ¿Conversar con él, hasta que acepte que hizo mal? ¿Tenerlo encerrado, alimentarlo a expensas del estado, de ese estado que no logra alimentar a los chicos pobres del país? Corresponde que pague con su vida. Hay cosas graves, que tienen consecuencias y no hay vuelta. Lo irreparable existe, apareció en el crimen y puede y debe aparecer nuevamente en la pena”.
Pero la ecuación costos-beneficio, no sirve para argumentar en este tema: un preso cuesta dinero; un muerto no cuesta nada. Además, ¿por qué ‘lo irreparable” debe aparecer nuevamente en la pena? No salimos del círculo vicioso de la violencia.
Además, el Papa recuerda que grupos o poderes de un Estado pueden hacer uso irresponsable de la pena capital, cuando el enemigo político es fastidioso.
También, Jesús mismo se identificó con los encarcelados, culpable o no, y fue él mismo un condenado a muerte. Francisco termina su discurso encomendando a los presentes al Señor Jesús, quien ‘no quiso que hiriesen a sus perseguidores en su defensa -Guarda tu espada en la vaina (Mt 26, 52)-, fue apresado y condenado injustamente a muerte… Él, que frente a la mujer adúltera no se cuestionó sobre su culpabilidad, sino que invitó a loa acusadores a examinar su propia conciencia antes de lapidarla (cf Jn 8, 1 – 11), les conceda el don de la sabiduría, para que las acciones que emprendan en pos de la abolición de esta pena cruel, sean acertadas y fructíferas”.