En el año 1976, hubo en Argentina un golpe militar que desplazó al gobierno constitucional y comenzó a perseguir y hasta a matar a los posibles futuros opositores de izquierda, muchos de los cuales habían formado grupos guerrilleros. Quienes pudieron se expatriaron voluntariamente y cayeron a países vecinos como Perú, muchos a México y hasta a París, destino preferido por los artistas. Algunos universitarios sanjuaninos viajaron a Mozambique, en el sur de África, de lengua portuguesa y, en esos años, prácticamente una colonia de Rusia. En San Juan había muchos militantes del Partido Comunista en la Facultad de Ingeniería, tanto en el staff de profesores como en el de alumnos. Un docente de gran influencia consiguió trabajo en Mozambique e invitó a que lo acompañaran algunos alumnos que estaban bajo peligro.
Se armó allí una pequeña colonia sanjuanina, cuya historia sería bueno que alguien pudiera rescatar. Uno de estos náufragos obligados fue muy amigo mío y solía relatar algunas anécdotas de aquellos años de fuego una vez que regresó cuando volvió la democracia en 1983. Trabó relación con rusos, cuya principal característica era la forma en que bebían vodka. Copitas pequeñas que se iban llenando y se inclinaban hasta lo que nosotros llamamos fondo blanco, luego de lo cual se golpeaban contra la mesa, se volvían a llenar y así hasta terminar la botella. En ese momento se sacaba una segunda botella y así hasta que nadie recordaba lo que había pasado. Mi amigo contó que cierto italiano miembro del grupo le dijo en una ocasión: "No, questa no sei manera"… Pero los rusos eran así. Un verdadero paraíso, extensas playas, hermosa vegetación, gente amable, más conociendo la razón de la llegada de estos visitantes. ¿Por qué te viniste?, le pregunté. Y, me dijo, es un país muy subdesarrollado, no se sabe cuándo te quedas sin luz o sin agua o las dos cosas, es horrible.
Tiempo atrás, para un argentino era algo impensable quedarse sin luz y agua.
Ya para aquella época para un argentino era algo impensable, dentro de todas nuestras carencias, quedarse sin luz y agua, lo que ha pasado en estos días en extensos barrios de la ciudad de Buenos Aires y en algunos lugares de San Juan. Corría enero de 1989. Una mujer de mediana edad volvía de la playa frente a plaza Colón en Mar del Plata. Minutos antes, se había enterado de que su edificio, en cuyo departamento del noveno piso veraneaba con sus hijos, no tenía luz ni agua. Cada paso por las escaleras, bolso en una mano y sombrilla en la otra, era un recuerdo distinto para el presidente radical Raúl Alfonsín y "sus secuaces", así llamaba al conjunto indistinto de funcionarios. Aquellos cortes fueron influencia directa en el resultado adverso del radicalismo en las elecciones de ese año.
Por aquel entonces, todo el sistema eléctrico y de agua era administrado por el Estado a través de Agua y Energía, luego, con Menem, todo se privatizó. Muchos gobiernos en nuestro país, incluso militares, han sostenido la hipótesis ideológica de que generación, transporte y distribución de energía se puedan colocar en la casa del usuario por debajo de los costos de producción. Así, se incentiva la demanda de un bien cada vez más escaso. Luego, el sistema no tiene resto para hacer inversiones y viene el resultado previsible, cortes por saturación o cortes programados, pero cortes al fin. Es decir, algo que resulta barato pero, como ocurre con ciertos precios controlados, cuidados o como se llame, al poco tiempo no hay.
La política ha prevalecido a la aritmética y se sigue queriendo cobrar por debajo de los costos.
En San Juan, con la administración de Servicios Eléctricos Sanjuaninos (SES), en los primeros años de la década de los "90 del siglo pasado, los cortes eran tan frecuentes que la Federación Económica, que por entonces presidía el ingeniero Ricardo Basualdo, planteó una queja formal porque las empresas habían tenido que adquirir grupos electrógenos para sostener su programa productivo incrementando significativamente sus costos.
La privatización posterior partió de buenos principios: una empresa naturalmente monopólica debía tener como contrapeso un ente regulador que le hiciera de competencia ficticia, se harían audiencias públicas para recalcular tarifas cada cinco años y, en ellas, se verificarían las variantes ocurridas. Claro, eso suponía el mantenimiento del cambio 1 a 1 con el dólar y no 200 a 1, como ocurre ahora. Estos recálculos de tarifa han debido acortarse a seis meses, algo poco serio, pero, lamentablemente, realista.
Los cortes de esta semana nos describen dónde estamos más que cualquier relato.
Lo cierto es que, aun con este sistema, la política ha prevalecido a la aritmética y se sigue intentando cobrar por debajo de los costos sin advertir que eso conduce a dos finales: que las empresas se fundan y nos quedamos sin proveedor de un servicio esencial o, a medida que pasa el tiempo, necesariamente baja la calidad, más cortes, irregularidad del voltaje, etcétera. Todo por el factor que siempre ajusta, que es el de la inversión. 2 más 2 son 4, se podría sintetizar o, en el lenguaje de mi viejo amigo, nos encaminamos al Mozambique de hace casi medio siglo.
No se tiene noticias de cortes de energía en los países desarrollados. Cuando ocurrió el gran apagón de New York, en Estados Unidos, hace más de medio siglo, hasta hubo una película comedia con Cary Grant y Dorys Day de gran éxito de taquilla. Los cortes de esta semana, previsibles porque se sabía que haría calor, nos describen dónde estamos más que cualquier relato.