Como vosotros, yo también lloro ante tantas injusticias vertidas, ante una grandeza que no se inclina ante vos, ante un ambiente que no os permite reír, ante este tormento que los adultos nos hemos inventado unos contra otros. Sabemos que, en cada suspiro de vuestra alma, se nos entrega un abecedario de interrogantes. Tenemos que dar respuestas a vuestros sufrimientos con urgencia. Necesitáis hogares donde espigue el amor, plazas por donde poder jugar a los sueños de la vida, caminos por donde fluya la paz y los gozos, atmósferas que entiendan vuestra inocencia en flor y no la comercialicen, espacios de concordia atractivos para vuestro crecimiento. El tiempo no corre, vuela, se nos escapa de las manos, y en menos que lanzamos un aliento, al niño no le hemos dejado ser niño. Ciertamente, la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir. No las trunquemos, que para ellos el cariño es como el sol para las flores.
Se dice que estamos más cerca que nunca de acabar con la mortalidad infantil, pero resulta que veo que cada día se mueren más niños por causas que se podrían evitar. Sin duda, ante estas espantosas realidades, deberíamos acudir en socorro de la infancia y de la niñez desatendida. Sois numerosos los que nos miráis con cara triste, muy triste, y esa tristeza vuestra se me clava en las pupilas del alma, es tan fuerte vuestro dolor que percibo muy poca esperanza y cuantioso desconsuelo. Esta mundializada sociedad habla mucho de los derechos de los niños, pero la fuerza se nos va por la boca. La realidad es bien contraria a lo que se dice.
Evidentemente, la mejor manera para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. Las familias, los tutores legales y las demás personas encargadas de su cuidado deberían preguntarse si son felices, y si no lo son, deberían intentar al menos que lo fueran. El desarrollo de una vida sana va más allá de los servicios sociales básicos, lo mismo sucede con el acceso a una educación que va más allá de unos contenidos, o el acceso a una sanidad que también va más allá de unos simples cuidados (tan importante para la curación es el diagnóstico como el cariño que se ofrece). Por tanto, esa felicidad interior no va a depender de la posesión, sino de lo que representa para sus seres queridos, para la sociedad en su conjunto. Ahí están las brutales estampas de millones de niños en continuo sufrimiento, intentando reponerse de situaciones especialmente complicadas de violencia doméstica o sexual, a los que habría que proteger con más mimo si cabe. El mundo cambiará el día que se cree conciencia con la infancia, con la fragilidad de su vida, para que cada vida que comienza a vivir, en su familia o en la sociedad, pueda desarrollarse en un clima gozoso y sereno (como referencia), no en vano el desarrollo de nuestras facultades es lo que nos da en parte la placidez.
No puede haber un objetivo más humano y noble que darle a cada niño el poder de sonreír, de sentirse querido y protegido. Y esto debiera ser prioridad de todas las naciones. Por tanto, pongámonos los efectivos recursos necesarios, sin obviar los afectivos, para darle a cada niño el futuro de tranquilidad que se merece; y aplaudiremos con énfasis tan alta emoción.
