En el transcurso de las últimas semanas hubo tres casos de personas sorprendidas pintando grafitis en vagones de los subtes de Buenos Aires, que ha llamado poderosamente la atención por su procedencia y por el ensañamiento que existe con este transporte público de pasajeros que tanto le cuesta a la empresa Metrovías mantener en buenas condiciones. Los primeros casos correspondieron a dos alemanes que fueron detenidos e imputados por daños agravados, luego de haber pintado en formaciones de la línea D. Según pudo conocerse estos jóvenes de 26 años llegaron al país por un par de días y en ese lapso concretaron la acción que fue sancionada con la firma de una ‘probation’, que consiste en el pago de un resarcimiento y la obligación de reportarse mensualmente en los consulados de Berlín y Francfort.
El otro caso es de un chileno de 23 años, estudiante de diseño gráfico, que fue sorprendido al momento de pintar vagones de la línea E, por lo que quedó imputado de ‘violación de domicilio y tentativa de daño agravado’.
Ya en diciembre último, un grupo de grafiteros autores de actos de vandalismo en la línea A fue desarticulado imponiéndoles sanciones previstas en los artículos 184 y 150 del Código Penal.

Si bien los argentinos somos proclives a esta práctica de pintar grafitis, no sólo en subtes y trenes sino también en edificios públicos, monumentos y viviendas y con muy pocas sanciones, que vengan de otros países a realizar sus pintadas habla del mal concepto que nos tienen como país permisivo y con pocos controles. Pero también habla muy mal de ellos, en el sentido que son ejemplares en sus países y vienen a provocar desmanes en el nuestro.