Algo tan básico como dejar vivir, resulta que lo hemos convertido en una adquisición de mercado, pues si antes se establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, resulta que ahora se comercia como jamás con vidas humanas. Ahí están las alarmantes estadísticas de la explotación sexual, las peores formas del trabajo del niño, el matrimonio forzado y la venta de esposas, el tráfico de órganos, la servidumbre por deudas, el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados, por citar algunas de las más repetitivas sumisiones.
Ciertamente, aún vivimos en un planeta contagiado por prácticas análogas a la degradación humana, que aunque constituyen delitos y violaciones crueles de los derechos humanos, todavía prosigue esta abominable costumbre, que hace que muchas personas continúen privadas de su autonomía y obligadas a vivir en condiciones de subordinación.
Desde luego, el derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud, ni a dependencia inhumana, está reconocido en la legislación internacional como norma universal inderogable. Sin embargo, la realidad es bien distinta, puesto que cuando todo parece indicarnos que el dinero lo mueve todo, resulta que al final terminamos haciendo todo por el peculio.

Ya en su tiempo, lo advirtió William Shakespeare (1564-1616): "Si el dinero va delante, todos los caminos se abren”. Pues no debiera ser así, hay que no ceder a la tentación de una cultura reverenciada a la compraventa, ya que significaría debilitar nuestros valores y correr el riesgo de habituarse al engaño de que todo tiene un precio, incluida la misma ciudadanía.
Las revoluciones de esclavos en lucha por su libertad, sin duda, ha de ser una fuente inagotable de meditación y de llamada, hacia el respeto de los derechos humanos y contra las formas modernas de tiranía que nos acorralan. En ocasiones, la desmemoria nos asiste y rehuimos evocar sin reflexión alguna, que la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, fue cuando empezó en Saint-Domingue, hoy Haití, la rebelión que iba a conducir a la abolición de la trata transatlántica de esclavos.
En los tiempos pasados, la comunidad internacional se unió para declarar que la esclavitud era una afrenta a nuestra humanidad común. A mi juicio, también hoy los gobiernos de todo el mundo, deben unirse para practicar otras culturas más humanas y menos interesadas, más solidarias y menos egoístas, ejercitando el abecedario de que el ser humano es lo prioritario y no el mundo de las finanzas, que han de estar al servicio del ciudadano, y no al revés. Yo creo que podremos conseguirlo en la medida que cultivemos una actitud de mayor fraternidad humana. No se trata de que vivan unos pocos, inclusive derrochando, sino de que vivamos todos para que vaya adelante la humanidad toda ella. Porque la voracidad de algunos mercados, en lugar de salvar al ser humano, lo enferma, conduciéndole al interior de un campo de leones, en el que cada batalla diaria está en función de la fortuna lograda. De todo este decir y desdecirse, me quedo con las palabras del Papa Francisco: "el dinero sirve pero la codicia mata”, no en vano es el origen de todos los males.