El epicentro de esta historia real ocurrió en el Club Social y Deportivo Aberastain, de Pocito. Eso fue hace ya varios años atrás, en la institución que mañana, 1 de diciembre, cumple 43 años de existencia. Y, sin dudas, que es un orgullo para Pocito. Ese día, allá lejos y hace tiempo, se había perdido, y para colmo no era poco lo que se perdió, aquellos dirigentes apostaron todo y perdieron. La tristeza era el único sentimiento que los atravesaba. Desolados y cabizbajos estaban sentados en aquella vieja secretaría de adobe del este club de barrio. Nadie hablaba, no había razón para hablar. Ya se había hablado todo. Por allí pasaron los comentarios insultantes contra el árbitro o contra ese jugador que hizo el gol que remató la tarde lúgubre de noviembre ¿Para qué hablar más entonces?

La ventana que daba a la calle Furque estaba abierta y la noche caía mansa sobre la villa Aberastain. 

Nadie hablaba. El mundo deportivo de aquellos hombres estaba destruido. En realidad, se les había caído todo el universo de sueños en tan sólo noventa y pico de minutos. Ciertamente no divisaban ningún horizonte halagüeño.

Un club de fútbol de barrio es el futuro de jóvenes que van ahí, a seguir soñando. Con ganas de ganar una final.

Los jugadores ya se habían ido hacía rato. Los hinchas que culpan siempre por cada derrota a los dirigentes, también se marcharon, maldiciendo a esto o aquello; pero maldiciendo, como siempre. Sólo quedaban ellos y su tristeza. En aquella habitación, el silencio se podía cortar con un cuchillo en precisos cubos mudos. Nadie hablaba. De repente, se vio una cabecita con pelo renegro de un pibe empinado para asomarse por aquella ventana. No creo que haya tenido más de diez años, casi no se podía divisar su rostro por la oscuridad. Hizo sentir su vocecita de niño que al hablar dentro de esa pieza y ante tan magnánimo silencio, retumbó en las paredes. Todos los hombres lo miraron.

“Hola, buenas noches ¿A qué hora comienza el entrenamiento mañana?”, dijo el niño aquel. El silencio fue más silencio, hasta que, alguien de aquel grupo le dio el dato requerido. Luego el pibe desapareció, se sintieron sus pies corriendo por la vereda de hormigón. 

Pasó un rato más y todos se despidieron, apagaron la luz de ese lugar y se fueron. Cada uno de esos dirigentes con el tiempo advirtieron que, ese pibe, no estaba triste como ellos, él no sufría por perder un partido, final o no. Él estaba contento, porque tenía claro su futuro. Él sólo necesitaba saber tiempo y lugar para seguir viviendo, porque un club de fútbol es más que un resultado. 

Un club de fútbol de barrio es el futuro de jóvenes que van ahí, a seguir soñando. Con ganas de ganar una final, que estoy seguro, nunca será la última, sino el comienzo de la vida, se gane o se pierda será el comienzo. 

 

Osvaldo Olmo Gómez  –  Profesor Enseñanza Nivel Medio