A los combates posibles que puede padecer una sociedad, hoy se suma otra dimensión: el ciberespacio. Las principales potencias militares del mundo se están preparando para evitar ese escenario, conscientes de las debilidades no sólo de su sistema militar, sino de todo el complejo de infraestructuras públicas, cada vez más dependiente de la informatización. Esa vulnerabilidad ha sido puesta últimamente en evidencia por los ataques al Fondo Monetario Internacional, varias firmas contratistas de Defensa de los Estados Unidos y otras cruciales para las comunicaciones y la economía.

En Washington, Leon Panetta, actual secretario de Defensa sostuvo que el próximo Pearl Harbor, el evento que determinó la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, es probable que sea un ciberataque, que dañará gravemente los sistemas de seguridad y financieros de éste país. Ante el Senado, el funcionario advirtió que esta hipótesis llevará a Washington a tomar medidas defensivas como agresivas para responder eficazmente al desafío.

Nos encontramos en el momento de un cambio histórico. Ya no estamos en la Guerra Fría sino en la Guerra de la Tempestad, como lo expresa el término inglés "Blizzard War”, es decir, de una tormenta de ciberataques basada en la velocidad e intensidad con la que se desarrolla la tecnología.

El ministro de Defensa chino, Geng Yansheng, admitió recientemente que su país cuenta con una unidad de 30 cibercomandos destinados a entrenar al Ejército Popular de Liberación en la defensa de su infraestructura. Con el nombre de "Ejército Azul”, estos comandos ya han realizado varios simulacros respondiendo a la infiltración de códigos en sus redes de comunicaciones lanzados en misiones secretas, con el fin de sustraer información sobre el movimiento de sus tropas.

Los hackers saben cómo utilizar computadoras en forma remota de modo de hacer parecer que la ofensiva tuvo origen en un lugar cuando en realidad lo tuvo otro. Un ejemplo de esto es el del virus Stuxnet, que penetró hace unos meses en el sistema del programa nuclear iraní y demoró su progreso, en por lo menos dos años.

Hace 3 meses, el gobierno del presidente Barack Obama presionó al Congreso para que aumentara a 20 años de cárcel, el doble de la existente, la pena máxima por poner en riesgo la seguridad nacional.

En una sociedad globalizada, esta nueva amenaza no conoce Estados ni fronteras.