En nuestro país, cada tanto, es noticia la presencia de alumnos de escuelas que portan armas. Cuando se lee una noticia de estas características lo primero que acude a nuestra mente es la tragedia de Carmen de Patagones, o la gran cantidad de tiroteos que se registran en escuelas estadounidenses.
A pesar de los avances experimentados por la sociedad, actualmente sigue siendo difícil cuantificar el número de niños que ingresan a una escuela portando un arma de fuego. Durante el período comprendido entre 2003 y 2005, en la provincia de Mendoza se realizó un trabajo que permitió reconocer la auténtica dimensión de un problema que genera pánico, en vez de promover una correcta acción en busca de su solución.
Gracias a esa labor de reconocimiento se llegó a la conclusión de que cuando un niño lleva un arma, siempre hay un adulto responsable. El chico o la chica que se animan a esta acción, no tienen la culpa de que los adultos pongamos armas a su alcance. Ellos imitan a sus padres, a sus vecinos o a lo que ven por televisión. Juegan a ser fuertes, a construir una identidad poderosa, y esa falsa construcción que logran con un arma en la mano es producto del dictado del mundo de los adultos.
Respecto de los por qué de un arma en la escuela, se llegó a la conclusión de que es porque el chico quiere defenderse, porque quiere agredir, pero también porque quiere sobresalir, asustar, llamar la atención. En otra perspectiva, algunos llevan armas para resguardarlas en sus mochilas por pedido de algún familiar que la esconde de otros, de la policía en general. O bien, para transferírsela a otro adulto en las inmediaciones de la escuela.
En todos los casos, el niño es víctima. Y por ello, cuando las autoridades educativas desconocen qué hacer frente a un caso concreto, lo que logran es empeorar la situación. Así, al responsabilizarlo por un hecho como éste pueden llegar a expulsarlo, a someterlo al ridículo o al escarnio de compañeros y otros padres, a judicializarlo, detenerlo, someterlo a peritajes exagerados y acusatorios.
El hecho de portar armas en las escuelas es tan grave que no debe quedar al arbitrio de personas que desconozcan como actuar y, por lo tanto, lo hagan movidos por un acto reflejo.
Es necesario dotar a cada docente de un Manual de Convivencia, con múltiples resortes para actuar. Pero también, de un diagrama de flujo que les permita actuar con rigurosidad frente a cada caso.
¿Qué hacer frente a la novedad?, ¿Cómo abordar al chico?, ¿Qué hacer inmediatamente después? Si debe o no intervenir la policía y la justicia son temas que no pueden quedar librados al azar y que, por lo tanto, tienen que ser parte de una correcta indicación a cada uno de los docentes.
Sino actuamos de ésta forma seguiremos quedándonos paralizados frente a estos casos: alumno (el presunto agresor), directivos, docentes, compañeros, padres y sociedad, víctimas de los laxos controles a la tenencia doméstica de armas y rehenes del pánico.
(*) Coautor junto con Alejandro Castro Santander del Manual de Orientación para la Convivencia Escolar, Mendoza 2005. Miembro fundador de la Red Argentina para el Desarme. Ex viceministro de Seguridad y fundador del Consejo Consultivo para la Convivencia en Mendoza.
