En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a media mañana y al ver a otros desocupados en la plaza les dijo: "Id vosotros también a mi viña y os pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo os habéis quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros". Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde quienes recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos" (Mt 20,1-16).

Esta parábola destruye la raíz de la lógica y de la pretensión. No va contra la ley o la justicia. Acentúa la gracia. La ley y la justicia de Dios es la del amor y de la liberalidad. Su retribución excede cualquier premio: es un premio otorgado por misericordia para todos. La viña es símbolo del pueblo infiel a la alianza, porque no da su fruto (cf. Is 5,1-7; Jer 2,21; 5,10). Los destinatarios de la parábola no son los obreros de la primera hora, contratados al alba. Jesús demuestra su disponibilidad con los últimos y con los pecadores. Sólo con los primeros obreros se ha pactado un sueldo. El Señor respeta sus promesas hechas a Israel, el primogénito, aunque por gracia las extiende a los demás. Un denario era el pago cotidiano y necesario para vivir. El propietario sale luego a la hora llamada "tercia"; son las nueve de la mañana. Los primeros operarios llevan casi tres horas trabajando: están comenzando a sentir la fatiga. Sale después y ve a otros desocupados en la plaza. No se conforma: vuelve a salir a media tarde, y al caer el Sol. La "última hora" es la presente, que comienza con Jesús y terminará cuando vuelva por segunda vez. Ese será el fin del día y la recompensa. La jornada que termina con la tarde y la retribución, es imagen de la vida de cada uno y de la historia humana en su conjunto. En cada momento de la vida personal, como en cada época de la historia, hay una llamada del Señor. El propietario de la parábola se encuentra en la época de la vendimia y tiene urgencia en que los frutos sean recogidos para que no se pierdan.

"¿Por qué están aquí sin trabajar?": es el interrogante que más que una amonestación se trata de un aliento e invitación para ponerse a trabajar, aunque quede poco tiempo antes de la caída del Sol. Nunca es demasiado tarde para convertirse y presentar los frutos. La culpa no es de ellos, sino que nadie los ha llamado. Al terminar el día, cada uno de los obreros es llamado para recibir la paga. Es el fin de la fatiga y cuando comienza el reposo y la recompensa. En la tarde de la vida, todos asistiremos al último llamado para la retribución del Señor. Con los primeros ha pactado un salario preciso, con los otros un salario justo, y con los últimos no ha pactado nada: son confiados a la bondad del dueño de la viña. Pero, ¡qué maravillosa es la lógica de Dios! Comienza a pagar desde los últimos hasta los primeros. Si hubiera comenzado por los primeros, no habrían visto lo más increíble: que los últimos recibieron lo mismo que los primeros. Todos recibieron un denario: lo necesario para que vivan todos. El infierno del justo es ver que Dios es misericordia con los injustos. Es que el Señor llama primero a los últimos para sorprender siempre a los primeros.