En aquel tiempo, Jesús dijo: "Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre" (Jn 10,11-18).

Se celebra en este IV Domingo de Pascua, la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Con tal motivo, Benedicto XVI ha escrito un Mensaje en el que invita a reflexionar sobre el tema: "Las vocaciones don de la caridad de Dios". La fuente de todo don perfecto es Dios Amor: "quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4,16). En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el "primer paso" y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor. El Buen Pastor "ofrece" su vida por las ovejas. En este verbo se centra el ser y el obrar de Jesús, y se repite cinco veces en el evangelio de hoy. Antes, había puesto énfasis en aclarar las diferencias entre el auténtico pastor y el mercenario. El primero "da" sin esperar respuestas. El mercenario (en griego: "misthtós") es alguien que realiza su trabajo esperando el estipendio (en griego: "misths"). Al mercenario le interesa el sueldo, no las ovejas. No pretende dar sino retener. Sólo tiene en cuenta lo que le conviene a él, no lo que beneficia a los demás. El presbítero, más allá del particular oficio que desarrolla en la Iglesia, expresa su ser específico a través de la caridad pastoral. Como afirma Benedicto XVI, la vocación es un don de la caridad de Dios. Por eso es que, ser sacerdote exige la vivencia de ese amor. Lo indica el "Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros", cuando dice que: "la caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico, capaz de unificar las múltiples y diversas actividades pastorales del presbítero y, dado el contexto socio-cultural y religioso en el que vive, es instrumento indispensable para llevar a los hombres a la vida de la gracia"’ (n. 43). Antes que preguntarse "¿qué hace el sacerdote?", hay que interrogarse: "¿quién es el sacerdote?". No puede ser un funcionario que trabaja en base a una funcionalidad. El don de sí mismo se debe entender a partir del Sacramento del Orden. Así pues, su modo de amar, servir, apacentar y perdonar, no podrá prescindir jamás del ser sacerdote, o sea, llamado a servir a los demás haciendo visibles las palabras y gestos de Cristo y de la Iglesia. El peligro sacerdotal está siempre en apegarnos y amar más a nuestras redes y a nuestras barcas, que el pescar, asumiendo las fatigas y exigencias de la pesca (cf. Lc 5,9). Se corre el peligro de amar más nuestras obras, los títulos académicos y honoríficos, nuestras publicaciones, las estructuras que hemos constituido y sirven a nuestras actividades pastorales, que no el fin para las que han sido creadas: la salvación de las almas.

Jesús llama para que lo sigan. Seguir (en griego: "akolouthéin"), no es un verbo cualquiera. Significa "caminar juntos", pero "detrás", no delante ni al lado. El Maestro, no el discípulo, es quien decide el camino. Él formula una pregunta decisiva: "¿Qué buscan?". Buscar (en griego: "zetéin"), expresa la pasión, el impulso, el deseo que está por encima de todo lo demás. Los dos discípulos responden a su vez con otra pregunta: "Maestro, ¿dónde moras?". El verbo "ménein" (vivir) asume un profundo significado teológico. Más que aludir al ambiente material, indica el ambiente existencial y personal en el que uno habita. He aquí donde se llama a residir a los apóstoles: en el Amor mismo que une entre sí, desde siempre, al Padre y al Hijo. "Vengan y verán", dice Jesús. No dice qué verán, ni cuándo. La vocación sacerdotal y la religiosa es una aventura fascinante y maravillosa. "Ir, ver, permanecer" son tres verbos que trazan la urdimbre del discipulado. Para los tres se requiere un coraje que supere el temor, y se asiente en la confianza ilimitada en Dios no en el poder de los hombres.