El Santo Padre Benedicto XVI, 265º Sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo en la Tierra, ha convocado para este año, a toda la Iglesia, a celebrar el "Año de la fe". Esta celebración universal dará comienzo el 11 de octubre de este año y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Fiesta de Cristo Rey del Universo. Para esto Su Santidad, hizo extensivo su llamado en la carta de forma, Motu Proprio, a la que le dio el nombre de "Porta Fidei" (Puerta de la Fe). Con este nombre, extraído de un versículo del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 14,27- "A su llegada, convocaron a todos los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos") , ha querido el Santo Padre, conmemorar los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962, siendo Papa el Beato Juan XXIII) y los 20 años del Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 1992, siendo Papa el Beato Papa Juan Pablo II, "el Grande").

Algunas personas, ante la ilusión del Papa Benedicto XVI, dicen que lo que fue para Juan Pablo II la celebración del Jubileo del Año 2000, eso va a ser el Año de la fe, para el Papa Benedicto XVI. El Santo Padre lo ha convocado con gran ilusión y esperanza; en un mundo que se encuentra entre el peligro de las tinieblas. Cuánto nos duele las injusticias de este Mundo, tantas muertes, vidas tronchadas en flor; tanta corrupción, tanta mentira, tanta miseria, tanto odio y violencia, tantas leyes que no nos llevan a nada, sólo a vacíos, a estar en contra de la naturaleza creada con gran sabiduría por el Creador, a ofensas contra la familia, "célula básica de la sociedad humana". Pero ante esto Dios abre las puertas de la fe, con su palabra de vida, de esperanza y de luz para el mundo entero. Así nos habla el Santo Padre en su carta "Porta Fidei": "En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este amor lleva al hombre a una nueva vida: "Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andamos en una vida nueva" (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La "fe que actúa por el amor" (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17)".

"Que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada" (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: "Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas" (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

La convocatoria del Papa para que nos sumemos a esta celebración universal es amplia, ya que estamos ante un acontecimiento que marcará profundamente la vida cristiana, lo que implica una proyección sobre la sociedad en su conjunto, en momentos en que la falta de fe impide abrir los corazones para volcarlos con acciones reconfortantes al bien común.

(*) Parroquia Santo Domingo de Guzmán. Chimbas.