El jueves pasado comenzó oficialmente el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI mediante la Carta apostólica "Porta fidei” (Puerta de la fe) del 11 de octubre de 2011. La apertura fue coincidente con el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica por el beato Juan Pablo II, y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

El nombre de la carta está inspirado en Hechos 14,27: cuando Pablo y Bernabé convocaron a los miembros de la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por ellos y cómo había abierto la "puerta de la fe” a los paganos. Puerta que siempre está abierta también para cada uno de nosotros. Se cruza ese umbral cuando el corazón se deja plasmar por la gracia de Dios que transforma. Atravesar la puerta significa emprender un camino que dura toda la vida. Por eso, el Año de la Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor Jesús, único Salvador y Redentor del mundo.

Nuestro Señor propone un ideal de santidad dirigido a todos los hombres de todos los tiempos: "Sean perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,48) No solo pide Jesús la santidad a un grupo reducido de discípulos y apóstoles que le acompañan a todas partes, sino a todo el que se le acerca, a las multitudes entre las que había madres y padres de familia, jornaleros y trabajadores, niños y jóvenes, enfermos, mendigos, artesanos, etc. El Señor Jesús llama en su seguimiento sin distinción de estado o condición. A nosotros, a cada uno en particular, se dirige esta llamada universal a la santidad, a ser santos allí donde nos encontramos y en las circunstancias particulares de vida de cada uno.

La santidad es el fin único de la vida del cristiano, es "lo único necesario” (Lucas 10,41) Lo enseñó Jesucristo: "Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo 6,33) No nos confundamos pensando que la santidad es sólo para los clérigos o las monjas. No, es para todos, porque "Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2,4) Dios llama a todos a la santidad, sin distinción de sexo, edad, condición social, etc., en el lugar que cada uno ocupa en la sociedad, con los dones y talentos que cada uno ha recibido. Dios quiere que seamos santos allí donde nos ha puesto, con las circunstancias y personas que nos rodean; allí nos tenemos que santificar si todo lo vivimos de acuerdo a la voluntad de Dios y por amor a Dios. Es ahí, en esa familia, en ese ambiente, en ese trabajo, en medio del mundo, donde el Señor nos dice que podemos y debemos vivir todas las virtudes cristianas, con todas sus exigencias, donde debemos vivir cumpliendo sus mandamientos. Jesucristo nos quiere santos en todos los momentos: en la enfermedad y en la salud, en los éxitos y en los fracasos, en la pobreza y en la riqueza, etc. Para ello contamos con la gracia de Dios y con la fuerza del Santo Espíritu. Por eso, la santidad está al alcance de todos los fieles cristianos, puesto que de hecho ha habido santos en todos los países, épocas y razas, y sobre todo, a pesar de los defectos, caídas y miserias humanas.

En este Año de la Fe, Jesucristo espera esto de ti y de mi; y te quiere dar las gracias necesarias para que puedas hacerlo. Te invito a decirle: "Señor, dame un vivo deseo de santidad allí donde me encuentro, de amarte cada día más en las circunstancias en las que me toca vivir, de entregarte todo mi ser sin pretender un momento más oportuno: éste es el momento propicio para amarte con todo mi corazón, con todo mi ser, para mayor honra y gloria tuya. Ayúdame a ser "sal de la tierra y luz del mundo”, ayúdame a ser santo para difundir la luz de tu doctrina en todas partes, para que todos los hombres te amen y te glorifiquen. Amén”. Que Jesús y María te bendigan.

(*) Profesor. Bioquímico. Escritor. Instructor de métodos naturales de planificación de la familia. Ministro de la Comunión.