Luego de una larga y áspera sesión, el Senado convirtió en ley el polémico proyecto de matrimonio de personas de igual sexo, impulsado por el Gobierno nacional. La norma, que ya había sido aprobada por la Cámara de Diputados, fue apoyada por la gran mayoría de los senadores kirchneristas, por cinco radicales y por el Socialismo, la Coalición Cívica y el Frente Cívico.
En total nueve senadores no estuvieron en sus bancas al momento de votar, más del 10% del cuerpo. Se trata de un porcentaje elevado y cuestionable si se tiene en cuenta que la discusión por la modificación del Código Civil monopolizó la escena social y mediática del país y que los senadores existen para representar a sus provincias, no para eludir el debate. Carlos Reutemann, Adolfo Rodríguez Saá y Juan Carlos Romero se retiraron antes de la definición. Tampoco se pronunció Sergio Mansilla, que ya había logrado con su puesto en la Comisión de Legislación firmar en disidencia total el dictamen a favor del matrimonio gay.
Por su parte los senadores Carlos Menem y Emilio Rached hicieron equilibrio: colaboraron con el quórum y se fueron con sus votos para no engrosar el rechazo. También para no afectar los planes de la Casa Rosada frente a un debate ya convertido en una lucha de posiciones entre el Gobierno y la Iglesia. La senadora sanjuanina Marina Riofrío y su colega Ada Iturrez siguieron la discusión desde la cómoda distancia de los miles de kilómetros que separan Buenos Aires de Shangai, dando la espalda a lo que pedía la mayoría de la ciudadanía de las provincias a las que ellas representan.
Al escuchar las exposiciones de los senadores quedaba el desconcierto al comprobar el escaso nivel de argumentaciones. Estuvo casi ausente la referencia a la ley y al derecho natural. El tema del matrimonio entre hombre y mujer no es patrimonio de ninguna confesión religiosa. No se trata de discriminar. La discriminación consiste en tratar de diferente manera dos situaciones iguales, no dos situaciones distintas. Las expresiones de algunos exponentes del catolicismo: que la homosexualidad es una "enfermedad”, o referirse a la "envidia del demonio” y "la guerra de Dios”, fueron, además de lamentables, un error estratégico grave.
Graves debilidades internas, politización de la religiosidad y escasa evangelización siempre tiene un costo demasiado elevado, como lo demuestra la historia.
