El trabajo infantil, chicos de entre cinco y 17 que son empleados en actividades orientadas al mercado o en tareas domésticas, es un problema complejo y con varias causas determinantes, entre las que aparecen la precarización laboral tanto en el ámbito rural como en el urbano, la insuficiencia de los ingresos familiares, la falta de acceso a la educación y varios aspectos culturales. Jugar, estudiar, recibir el amor de sus padres y del resto de la familia, sí. Pero trabajar en casa como un adulto, no. Esa debería ser la norma para todos los hogares en la Argentina. Sin embargo, no lo es: lamentablemente, el trabajo doméstico de los niños es el más invisible de todos y el que todavía la mayor parte de la sociedad acepta sin siquiera cuestionárselo.
La explotación laboral infantil, que es hija de la pobreza, reconoce varias causas, que van desde la permisividad social y patrones culturales hasta la violencia familiar, la falta de oportunidades y el incumplimiento de la obligatoriedad de la educación. Sus consecuencias son tan predecibles como inevitables: profundiza la desigualdad, acelera el proceso de maduración, pero limita el educativo, y empuja al niño a un ambiente adulto y hostil, donde encontrará problemas de adaptación, traumas y abandono. A pesar de las postales cotidianas geográficamente transportables a cualquier punto del país, en la Argentina no existen datos oficiales actualizados sobre el trabajo infantil. En cambio, estudios privados estiman que la situación de este flagelo no se modificó sustancialmente en los últimos años de gran bonanza económica. Los datos más actuales los procesa la Universidad Católica Argentina (UCA) en su Barómetro de la Deuda Social de la Infancia. Entre 2010 y 2011, el porcentaje de niños y niñas de 5 a 13 años que trabajan en actividades orientadas al mercado se redujo de 8,4% a 7,2 por ciento. Si bien hay una tendencia a la baja, el dato es similar, en rigor algo superior, al que en 2004 midió el INDEC. Pero el mayor problema está en la otra punta. Según la UCA, la tasa de adolescentes de 14 a 17 años que trabajan se incrementó de 20,8% a 21,7 por ciento en el mismo período. Esto significa que para todos ellos la infancia, ni siquiera será un recuerdo.
Este tema posee una evidente significación para la minoridad, pues el trabajo precoz implica para muchos una cuota injusta de peligros físicos y psíquicos, así como la frustrante deserción educativa que eleva las probabilidades de exclusión social.