Conmovió a Italia la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que consideró la presencia de los crucifijos en las aulas como "una violación de la libertad de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones" y una "violación de la libertad religiosa de los alumnos".

El caso comenzó en 2002, cuando Soile Lautsi Albertin, italiana de origen finlandés, pidió a la escuela estatal "Vittorino da Feltre" de Abano Terme (Padua), en la que estudiaban sus dos hijos, que quitara los crucifijos de aulas. La escuela se negó por considerar que el crucifijo forma parte del patrimonio cultural italiano, y posteriormente los tribunales italianos dieron la razón a este argumento.

Según la sentencia de Estrasburgo, el gobierno italiano tendrá que pagar a la mujer un resarcimiento de 5000 euros por daños morales. Se trata de la primera sentencia de la historia de este tribunal en materia de símbolos religiosos. El gobierno italiano presentará un recurso, y el mismo primer ministro Silvio Berlusconi aseguró que los crucifijos seguirán en las aulas italianas, ya que la decisión de la Corte comunitaria no es vinculante. Además de calificar de inaceptable la sentencia, Berlusconi se refirió a la presencia del símbolo católico en otros ámbitos, como por ejemplo, la cruz que aparece en la bandera de ocho países de Europa.

El 2 de marzo de 1988, Natalia Ginzburg escribía en "L’Unità", el diario del Partido Comunista italiano: "El crucifijo no genera ninguna discriminación. Simplemente calla. Es la imagen de la revolución cristiana que ha expandido por el mundo la idea de la igualdad entre los hombres. Es el signo de la resistencia pacífica del amor frente al mal".

La cruz roja sobre el fondo blanco se basa en el hábito de los padres camilianos, dedicados al servicio a los enfermos. Con el mismo criterio, se debería esperar una sentencia europea sobre el domingo, "dies Domini", el día del Señor, o la abolición de la fiesta de la Navidad que celebra el nacimiento de Jesús.

La polémica sentencia no es una expresión de laicidad, sino de un laicismo transformado en ideología hostil contra una forma de relevancia cultural de la religión cristiana.