Hace 89 años el descubridor de la penicilina encontró una proteína con funciones catalíticas denominada Lisozima, que aniquila las bacterias al romper las paredes de sus células. Alexander Fleming encontró además, que esta proteína es abundante en las lágrimas especialmente durante el embarazo, desempeñando un papel importante en la protección del organismo frente a agentes infecciosos invasores. Ahora, en un estudio que apareció en "Proceedings” de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU, investigadores de la Universidad de Harvard y de los Institutos Nacionales del Cáncer y de Salud Infantil de ese país, han demostrado el alto potencial de la enzima descubierta por Fleming contra el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), además de otros potentes agentes antirretrovirales, con capacidad específica contra el sida; son un grupo de proteínas denominadas Ribonucleasas.
Investigaciones realizadas por Sylvia Lee Huang y su equipo, pudieron identificar la Lisozima y la Ribonucleasa presente en la leche materna la primera y en el páncreas de una vaca la segunda. Estas investigaciones abren el camino al diseño de nuevos fármacos contra esta patología infecciosa y ayuda a explicar por qué el VIH no se transmite a través de la saliva. Hasta aquí la noticia. Sabemos entonces que una proteína presente en las lágrimas de las mujeres embarazadas tiene una potente actividad contra el virus del sida. Sabemos que la enzima Ribonucleasa actúa como el borde cortante de una navaja capaz de seccionar los eslabones químicos de los aminoácidos, incluso los que transmiten el código genético; que la hormona Gonadotropina producida por la placenta durante el embarazo protege el sistema inmune del feto; que la hormona Lactógena, conocida como "Hormona de amor maternal”, estimula la producción de leche; se sabía incluso (Fleming lo había demostrado) que la Lisozima, una enzima presente en las lágrimas, inhibía el desarrollo de numerosas bacterias. Lo que no se sabía es que estas proteínas, hormonas y enzimas, inhiben con asombrosa eficacia el virus del sida.
Pero a la esperanza que alienta el descubrimiento, habrá que añadir tan sólo una reflexión: Sabíamos del efecto del llanto de la Verónica, de las redentoras lágrimas de sangre de Jesús en Getsemaní; llamamos al mundo "’valle de lágrimas”, pero no alcanzábamos a suponer que el avance de la ciencia pudiera descubrirnos ahora, el misterio, la grandeza, la generosidad, el milagro, el amor y la redención que pueden palpitar tras las lágrimas de una madre.

