La concepción funcional de la realidad ha hecho que las cosas se transformen en una simple imitación de la realidad al punto tal de que pierdan su sentido verdadero.
En ocasiones me pregunto: ¿No se procura enmascarar la realidad de que, a fin de cuentas, cometer un delito, un crimen, implica un cuestionamiento esencial al funcionamiento mismo de la sociedad? Es decir, preguntarnos por ello resulta tan esencial, que las mismas situaciones de inseguridad que suceden en la cotidianidad se tratan de un problema social. Y, no de un simple problema moral, que solo pertenece a la vida privada de los individuos.
La expresión de los miserables: "El crimen es un golpe de Estado que viene de abajo”, acuna aquí su lógica. En ocasiones, estamos rodeados de un sistema de chantajes en el cual los roles se confunden. Es decir, la creciente delincuencia da miedo, pero ese miedo en ocasiones se suele cultivar por conveniencia del sistema. No es casualidad que en un contexto de crisis social y económica generalizada se presencie un cierto recrudecimiento de la criminalidad. Así como el temor al enemigo hace desear al ejército, el miedo a los delincuentes hace pedir a grito "la mano dura”, con más control policial.
Algo que no es ni bueno ni malo, pero la mano dura suele ser un arma de doble filo ante las faltas. Al respecto, la justicia busca cumplir su vocación como defensora de la sociedad. Entonces, todo el sistema desde un funcionario hasta el último fiscal de la justicia, se pondrán de acuerdo en garantizar la defensa social necesaria.
Ante la incertidumbre creciente, la justicia junto a los patrulleros en las calles, buscará una cierta protección persiguiendo a los supuestos culpables. No obstante, con la denominada "Ley antiterrorista”, en ocasiones se busca la estrategia de amedrentar, infundir miedo con medidas ejemplificativas, intimidar, actuar sobre aquellos que en algún momento puedan resultar inquietantes. O, bien el poder amedrenta para infundir un temor paralizante. Actualmente, la Justicia está en el ojo de la tormenta, cuando se vive casi al azar. Así es como la Justicia se convierte en la mediadora entre la Sociedad y el Estado. Hoy cumple esta función y no como la defensora en la relación entre el derecho y el individuo. No obstante, el problema actual radica en que la justica penal se está convirtiendo en una justicia "’funcional”. Una justicia de seguridad y protección sectorial. Una justicia que vela por la población en vez de respetar a sujetos del derecho, que es su verdadero sentido originario. Pierde su rumbo cuando actúa no ya en función de la ley, sino en función de garantizar la protección social.
Para redondear, sólo quiero decir que en estos tiempos encontramos un grave problema de concepción de ideas. El posmodernismo arrojó la carencia de pensamiento profundo. Es que vació a los sistemas filosóficos en un pensamiento segmentado mecanicista. Antiguamente, se buscaba lograr la eficiencia a futuro tratando de llegar al fondo de las cuestiones que preocupaban a la sociedad. En cambio, en la actualidad estamos inmersos en el momento presente. Solo buscamos la practicidad y funcionalidad de las cosas de acuerdo a la mejor imagen momentánea.
Hoy buscamos un sentido funcional práctico de utilidad al momento fugaz. Una vida maquillada de imitación. Este rol de imitación sólo hace de la vida un sin sentido de apariencia frágil. Un tenue fruto de un pensar social funcional chato, más que de un mero problema personal.