Cuando la maestra preguntó qué habíamos hecho por ella, saqué del pequeño portafolio marrón la Libreta de Ahorro Postal y la levanté con orgullo. "Ya tiene cinco pesos", casi le grité. Ese amado formato de color beige, similar a una libreta de enrolamiento o una libreta del almacén, rebozaba de multicolores estampillas pegadas no muy prolijamente en los casilleros.

En mi manita de 6 años inaugurales temblaba el inefable gorrioncito, agitado al aire bajo el ritmo de un corazoncito satisfecho. Entre esos dedos entintados debutantes del Primer Grado, la libreta volaba hacia el futuro, ese sitio que la maestra y los noticieros del cine nos prometían, producto del ahorro.

Mi madre me había dicho que en esa libreta estaba una parte de mi futuro. El ahorro era así el cimiento de toda la sociedad y una garantía para los previsibles infortunios.

Años han dejado su impronta alada e incontenible bajo los puentes. Años durante los cuales el agua cristalina de aquel proyecto de país soñado ha ido paulatina y tristemente enturbiándose. Los "sueños marchitos" (como recuerda sentencioso el tango) son, al fin, hojas muertas, frustraciones con traje de agria melancolía, niños enfermos, casas que se desmoronan. De aquellos postreros días del país de Humberto Illia, con inflación casi cero y un golpe de estado que castigaba la honradez y la visión valiente de un estadista, pasamos por situaciones de toda laya, todas signadas por la marca de la inflación, tortura económica aciaga que jamás, desde entonces, fue tomada en serio, y que hoy nos vuelve a desalentar con el latigazo de la incertidumbre que torna imposible todo proyecto de país bajo ese contexto, toda previsión empresarial seria y sana, todo sueño de razonable porvenir, e imposibilidad de ahorro.

En mi manita de 6 años inaugurales, que aún conservo en los interiores del alma, aún tiembla, pero de impotencia y dolor, la libretita de ahorro postal, inefable gorrioncito agitado al aire bajo el ritmo de un corazoncito expectante que hoy sabe que aquel sueño está perdido entre un fárrago de desaciertos y desencuentros.

Entre mis deditos entintados de aquel ayer de ideales y utopías humildes, la libreta vuela hacía despeñaderos y sombras, como una mascota herida, mientras en el pecho maduro me estruja trinos la voz ahora quebrada de aquella maestra que aún porfía quijotesca desde el pasado por un porvenir venturoso fundado en la dulce aventura del ahorro.

(*)Abogado, escritor, compositor, intérprete.