Las corridas de toros, el mayor espectáculo multitudinario español, también llamado "’Fiesta Nacional”, llegó a su fin el domingo pasado en Cataluña, tres meses antes de que entre en vigor la prohibición de los encuentros taurinos, sancionada por el Congreso en julio del año último. Este veto a la lidia taurina, es el segundo en España, luego de ser abolida en la región de las Canarias, en 1991, ante el pronunciamiento mayoritario de las entidades defensoras de los animales, contra una minoría que se aferra a la tradición y a uno de los emblemas culturales de atracción turística de la península.

La nostalgia que embargó a las 20.000 personas que llenaron la plaza La Monumental de Barcelona, para asistir a la última corrida de la historia, contrasta con el verdadero sentimiento popular por mantener vivo a este ícono español. De acuerdo a la reciente encuesta nacional de un medio televisivo, el 37,8% de los españoles se declaran taurinos, frente a un 50,8% de los protectores de animales, pero la aversión a las corridas de toros es mayor en Cataluña, donde sólo el 17,1% apoya el espectáculo, frente al 72,9% de los que condenan las matanzas en los ruedos a cargo de los diestros que hicieron del torero una peculiar profesión.

A pesar de las apasionadas protestas de los fanáticos de las corridas, que incluso produjeron altercados contra las corridas en la arena de Barcelona, la tendencia de la opinión pública se inclina hacia la abolición de la Fiesta Nacional, aunque hay resistencia en Madrid, Andalucía o Valencia, las tres regiones que la mantienen argumentando expectativas turísticas. Pero todo indica que la fiesta taurina quedará en la historia con su marco de pompa, galas, ovaciones y crueldades.