Resultan llamativas las declaraciones del ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, al celebrar las tomas en los colegios Nacional Buenos Aires y Carlos Pellegrini realizadas días atrás, en reclamo de la instalación de un bar en el local escolar.

Este accionar estudiantil fue calificado por el titular de la cartera educativa como "una cocina de participación democrática” y un "reaseguro para el futuro”. Y que, además, "es un triunfo de la democracia, una demostración de madurez política, un triunfo de la educación que hay que celebrarlo”. La imagen no es la más adecuada. Una escuela no debiera ser una "cocina” sino en todo caso "un laboratorio” de formación integral, donde se enseñe que la libertad es un don y una tarea; que sea asumida no como un capricho para vulnerar las normas y alterar la convivencia de todos.

El futuro está asegurado, no cuando se impide que quienes desean estudiar y enseñar puedan hacerlo, sino cuando las puertas de las escuelas están abiertas, para promover o ayudar a que todos los que desean aprender y crecer en el conocimiento puedan hacerlo sin coartadas. En la escuela se debiera brindar una formación plural, sin visiones ideologizadas, parciales o condenatorias, para que luego los alumnos, al actuar como ciudadanos en la sociedad, no atropellen ni invadan, no coarten los derechos de los demás ni menosprecien a quienes no concuerden con sus ideas.

Las desmesuradas acciones de protesta que han llevado a cabo los citados estudiantes en los últimos días omiten el camino de la racionalidad y de la legalidad, el único que puede llevar a la instrumentación de cambios duraderos. La toma de colegios no hace más que desvalorizar el legítimo derecho de peticionar, en tanto omite deberes básicos de la actividad escolar y da cuenta de una llamativa ausencia de conciencia cívica responsable. Lo ocurrido pertenece a una perversa gimnasia que se viene practicando en muchos sectores de la vida nacional.

Es fácil advertir que la desjerarquización no puede continuar agravándose permanentemente. La corrección de estas tendencias exige desprenderse del falso prurito de que eso implica caer en prácticas autoritarias. Esto es confundir autoridad con autoritarismo. Es una confusión emparentada con aquella que entiende que el mantenimiento del orden público, aun con los instrumentos de la ley, es represión. Si hay en esto un trasfondo ideológico, es hora de revisarlo. Si sólo son tendencias del conjunto social, es importante concientizar y reclamar un esfuerzo de cada uno de nosotros para corregirlas.