La magnitud del colosal proyecto emancipador que impulsó la gesta fundacional del 25 de Mayo de 1810 sigue siendo un modelo de civismo ejemplar no sólo para los argentinos, que desde ese momento tuvieron una identidad junto a un destino común, sino como inspirador de una sucesión de movimientos independentistas de alcance continental.

El primer grito de libertad fue la jubilosa manifestación que coronó la participación activa de toda la sociedad de entonces, sin sectarismos ni exclusiones, como lo documenta la representatividad de la Primera Junta, integrada por por comerciantes, letrados, militares y vecinos ilustres, todos con inquebrantables convicciones democráticas. Es decir, los auténticos principios participativos enmarcados en el debate de ideas y de propuestas políticas, sin sectorismos doctrinarios ni apetencias hegemónicas para alcanzar el poder.

En este día es necesario que todos los argentinos renovemos nuestro compromiso generacional para recrear las fuentes inspiradoras de la nacionalidad, desde cada ámbito en que nos toca actuar, como un aporte al espíritu de Mayo, basamento de la patria que nos alberga, como también a todos los que vinieron a esta tierra para habitarla atraídos por una tolerancia y convivencia que a pesar de los avatares históricos sobrevive gracias a la sólida estructura republicana.

Lo importante es valorar que la patria se encuentra por encima de los enconos y los desencuentros circunstanciales. Somos herederos de un legado forjado por los Hombres de Mayo y sustentado en una cultura y una memoria comunes que a pesar de las diferencias lógicas del pensamiento, nos ata a la vida institucional como guía hacia un destino de grandeza priorizando el bien común.

La revalorización y el respeto de las instituciones que garantizan las libertades, derechos y obligaciones, que ha determinado la Constitución Nacional, es la clave para mantener el proyecto de nación inspirado en la Revolución de Mayo. El estricto desempeño en la división de los poderes del Estado, acatando los dictados de nuestra Carta Magna, no da lugar a segundas interpretaciones normativas ni a la discrecionalidad en el manejo de la cosa pública. No debemos temer al ideologismo paternalista y dadivoso que discrimina y divide para consolidar un poder efímero, si las coincidencias básicas de los argentinos siguen intactas.

Los sentimientos patrióticos difícilmente pueden ser politizados porque son ideales consustanciados con la defensa íntima de la libertad y de nuestra idiosincrasia nacional.