Un signo alarmante de las sociedades actuales, que la nuestra exhibe con alarmante magnitud, es el incremento generalizado de la violencia de toda índole. Han cambiado abruptamente las formas en que ella se expresaba, y lo que antes era un tema casi marginal hoy es habitual en todos los ámbitos.
Vale la pena señalar los códigos o principios que, desgraciadamente, han sido abandonado: antes, el más corpulento o más fuerte no le pagaba al más débil; a un joven ni se la ocurría pegarle a un viejo; era rarísimo que un hombre castigara a una mujer; ni que alguien sea atacado por más de una persona. Hoy, el de mayor contextura física le propina una paliza al menos corpulento (los famosos patovicas son el grotesco ejemplo). Los ancianos son prácticamente masacrados cuando se los asalta para robarles. Como trágica protección in extremis, la mujer hoy ha necesitado de la institución penal del homicidio por causa de género. Las patotas golpean a personas indefensas de los modos más horrendos, incluso pateándolo en el suelo, muchas veces hasta dejarlo inconsciente o muerto. Antes se impedía que dos personas se golpearan; eran separados de inmediato. Hoy se impide que se los separe, e incluso se filma morbosamente la reyerta. En el caso de las chicas, el fenómeno llega a límites alarmantes: la filmación y el disfrute de la terrible escena se suben a Internet como trofeo sustentado en vaya a saber qué siniestra aberración.
Por otro lado, la sociedad ha adoptado el hostigamiento o matonaje escolar (en inglés, bullying), una forma moderna de maltrato al estudiante, en su ámbito; y el mobbing, que es un modo de acoso o asedio en el trabajo, que muchas veces asume la forma de persecución sexual, generalmente de un patrón a una empleada.
En nuestro país, los estadios de fútbol han debido dividirse entre locales y visitantes; ambos públicos no pueden convivir, y en la actualidad sólo pueden concurrir los locales. En el resto del mundo, no hay prácticamente división alguna; y en Europa, esa Europa que hoy algunos se permiten criticar sin razón ni responsabilidad, ni siquiera hay barreras de división entre el público y el campo de juego.
Otra forma muy preocupante de la violencia argentina es la de los padres de los alumnos hacia los docentes. Se los denigra, se ingresa sin permiso al aula para insultarlos y amenazarlos y muchas veces pegarles, culminando el denigrante periplo con su inescrupuloso escrache en los medios de comunicación. Las comunidades violentas ya no respetan a nadie, ni siquiera a quienes están elegidos por la propia sociedad para educarnos.
Por último, hoy asistimos en nuestro país a una de las peores violencias, la que (nuestra historia lo exhibe) ha culminado con la segregación social del otro y hasta su exterminio; me refiero a la intolerancia a la opinión diferente. Se utilizan medios públicos, muchas veces estatales, no para expresar ideas sino, fundamentalmente, para descalificar la opinión del otro, no permitir la crítica, ridiculizar a quien expresa un concepto que no agrada o no conviene, o condenar a los medios de expresión que ejercen el constitucional derecho a la crítica, uno de los tantos instrumentos sagrados de la democracia para limitar el poder.
(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.