El ex presidente Néstor Kirchner manifestó en julio pasado, en un acto público frente al Congreso de la Nación, que el sistema democrático estaba en peligro.

Dijo que imperaba un clima destituyente impulsado por una pluralidad de actores que aprovechaba el conflicto con el campo para defender sus privilegios y, entre otras cosas, oponerse al compromiso de su gobierno y el de su esposa con la investigación de los delitos de lesa humanidad cometidos durante el último régimen militar. Nuestra cultura política se ha caracterizado históricamente por un uso bastante radicalizado y poco reflexivo, como aquellas palabras, y sobre todo de los adjetivos calificativos.

A mediados del año pasado, el crecimiento económico y la recuperación del empleo eran los dos pilares centrales de la popularidad del gobierno. El impulso económico ahora se ha agotado, por razones internas y externas. Se combinaron el desgaste que produjo el conflicto con el campo, y la obstinación con que se abordan problemas difíciles como educación, salud y seguridad, que generan posiciones sin diálogo ni participación.

De acuerdo al Índice de Confianza en el Gobierno, que elabora la Universidad Torcuato Di Tella, sólo el 4% de los argentinos considera que la actual administración está resolviendo los problemas de la gente; un 35% cree que sabe cómo hacerlo, pero necesita más tiempo; y algo más del 60% restante opina que el gobierno no sabe cómo responder a los principales problemas de la agenda pública: seguridad, desempleo, problemas económicos e inflación. Curiosamente, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no hizo mención alguna a estas cuestiones en su discurso inaugural de las sesiones ordinarias del Congreso.

Las crisis siempre desgastan más a los oficialismos: es la naturaleza del ejercicio del poder. Islandia y Galicia son prueba de ello. Argentina no es un país caracterizado por la ecuanimidad política, la fortaleza de sus instituciones y la seguridad jurídica, por lo que el mundo y los propios argentinos carecen de confianza para enfrentar situaciones tan complejas como las actuales. Si el gobierno no tiene la fortaleza que ostentaba hasta hace no demasiado, la oposición tampoco parece lista para generar una alternativa de poder.

Todavía falta mucho para que las fuerzas emergentes le demuestren a la sociedad que cuentan con las ideas, los programas, las personas y un liderazgo no sólo para enfrentar la crisis sino para revertir décadas de estancamiento.