El país ha sufrido la más fuerte pérdida política desde el inicio de la democracia argentina con el deceso de Néstor Carlos Kirchner. Pareciese que fuese difícil comprender tan tremenda realidad desde la oposición cuando las discrepancias y roces de fuertes pronunciamientos caracterizaron, desde 2003, a la controvertida Argentina en el terreno de las ideas. Sin embargo, las coincidencias unánimes son de respeto a su persona, reconocimiento a su autoridad política e intelectual, construida desde la nada, cuando asumió el gobierno con la capacidad suficiente y necesaria para edificar el poder que le transformó en líder y conductor de un pueblo y un proceso inédito en la República Argentina.
Controvertido, su locuaz palabra y modo de ser provocó tremendos enfrentamientos, con la dirigencia de todo orden y nivel, generando la dinamización de la política en propios y opositores a quienes no dio tregua en el tratamiento de los más empinados temas en una Argentina obligada a salir del letargo puesta en acto con su reconocido temperamento "’K”, para inmiscuirse en resoluciones de avanzada hacia un mundo nuevo.
En su condición de gobernante y conductor, tuvo la capacidad y previsión del político eminente ya que lo primero que hizo fue identificar al enemigo. A partir de allí, se subió a la cima política desde donde organizó la resolución estratégica para ponerla en acto sorprendiendo constantemente a cada paso. A su liderazgo en un tiempo importantísimo hoy lo advierten como demasiado corto, y en el análisis final de su existencia, se resalta al demócrata, de fuerte personalidad, estilo frontal pero con la convicción cabal del político de raza que entrega su vida por una causa.
Le llamaron "pingüino”, pero ese animalito de fría naturaleza, escondía en el apelativo dado por las formas, su entrañable humanidad con cálidos y claros conceptos en su esencia moral y cultural, afianzados en un matrimonio unido en el amor y en los fines. Ambos, Cristina y Néstor, sabían lo que querían y jamás caminaron la improvisación, por ello fueron garantía en el acierto de los hechos. Es difícil hablar del uno sin el otro, pero así ocurre con los matrimonios que se desarrollan en el amor. El dolor en estos casos suele transformarse en lucha, la lucha de un pueblo pero también de Cristina, su esposa en esa relación indisoluble que sólo separó el destino fatal de la vida.
Las reflexiones más importantes las hacían en El Calafate y las decisiones más importantes también las construían juntos, en ese lugar propio de la tranquilidad de hogar donde le visitó la muerte.
No quiso ser mochila y murió como el militante, sin hinchar tanto sus pies, en este caso, como lo hizo fatigando su delicado corazón. No fue un improvisado y sabía lo que anhelaba para su pueblo. Conocía el rol que debía cumplir en Latinoamérica. Esto se lo planteaba todos los días para defender lo suyo que creía lo correcto, y por esas creencias, dejó una marca en la política. Como todo argentino de bien quería un país más equitativo más allá de las formas, coincidencias, de las discrepancias o diversidades, pero en democracia y en paz.
Su ausencia debilita el tramado político argentino, pero sin duda, el país no sufrirá zozobra y así hay que desearlo y respaldarlo. La fortaleza de Cristina y su inteligencia son el reaseguro. Ella está a una distancia abismal de María Estela Martínez y no se debe confundir bajo ningún aspecto esa situación. Esto lo saben y reconocen propios y extraños.
