La intolerancia religiosa está dando muestras en la Argentina de un crecimiento preocupante por el activismo violento ejecutado por un fundamentalismo que parecía ajeno a nuestra cultura, y más alejado de una sociedad eminentemente cristiana y abierta a todos las creencias y cultos de los hombres de buena voluntad que desean vivir en paz en esta tierra, tal como lo pregona la Constitución Nacional.

El martes último, en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, quedó demostrado que el sentimiento antirreligioso llega hasta lo más profundo de la fe. La irrupción de un grupo radicalizado del catolicismo ultraconservador y rechazado por la propia Iglesia, frustró lo que debía ser una ceremonia fraternal y gratificante, en la que judíos, protestantes y católicos, entre otros credos, se unían para rezar por las víctimas del Holocausto, al conmemorarse ese día la Noche de los Cristales Rotos.

El grupo de jóvenes extremistas que intentó impedir el encuentro del diálogo interreligioso en el templo mayor del país, es otro episodio condenable de un vandalismo creciente que se suma al ataque de cinco estudiantes secundarios a la iglesia porteña de San Ignacio de Loyola, al de los grupos de desconocidos que profanaron la catedral de Mar del Plata y otro templo católico en Córdoba, además de dos hechos contra la Iglesia Metodista Argentina, uno en Rosario y otro en la Capital Federal. Nada es casual, ya que se debe agregar al clima de intolerancia las sistemáticas profanaciones y ataques que sufre la comunidad judía en nuestro país.

Las vertientes antirreligiosas de los últimos tiempos son diversas en la Argentina, pero se han acrecentado con la influencia ideológica que busca dominar todos los sectores de la vid nacional, negando desde las raíces históricas hasta las culturales, ya sea mediante un solapado revisionismo para descalificar a los próceres y símbolos de la nacionalidad o la acción directa.

En el caso de fundamentalismo católico está la mano de Christian Bouchacourt, superior del Distrito de América del Sur de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que sigue las enseñanzas de monseñor Marcel Lefebvre el integrista obispo francés excomulgado, que rechazó las reformas implementadas por el Concilio Vaticano II, enfrentado con Juan Pablo II, y ahora su seguidor, monseñor Bernard Fellay, quien acusó al papa Francisco de ir en camino de dividir a la Iglesia por su prédica en favor del diálogo y la concordia universal.