Los Beatles han quedado atrapados en el álbum privilegiado de los músicos clásicos, aquellos cuya obra no podrá morir. Componer una obra clásica es una dulce condena de los tocados por la fortuna de poder hacer feliz a los demás con cosas bellas.
Pero su obra también es un aporte eminente al pensamiento, porque la poesía es una forma valiente de la vida, en tanto arriesga una visión diferente del nombre de las cosas.
John Lennon, uno de sus integrantes, fue quizá un gran modelo del pensamiento recóndito pero trascendente del conjunto musical, algunas veces expresado en los poemas que sustentan las obras que lo proclamaron uno de los más grandes exponentes de lo popular y otras jugándose los filos de la vida con pensamientos como este sobre la guerra: "Después de la guerra, si es que después de la guerra existen días, te tomaré en mis brazos y te haré el amor, si es que después de la guerra tengo brazos, si es que después de la guerra existe amor", escribió para siempre John Lennon.
Andan en ese pensamiento brutal heridas desgarradoras de vida, en tanto ella es arrollada por la insensatez de la muerte apadrinada. Pero también flotan allí musas denunciando al poeta, para realizar el milagro de la poesía. Vienen y van en galeones de azúcar, y se trepan de noche a las barcazas de los pescadores de acordes y metáforas bien paridas para oficiar de antorchas. Y así lo harán siempre, porque el poema y la música son una especie de alma en pena que busca de refugio en corazones, y siempre habrá alguno que lo requiera.
Lennon me hizo llorar una tardecita que encontré en una placita de la triste pero no derrotada Cuba su pensamiento sobre la guerra. Entonces él me tiró la mano cordial entre los cuchicheos de la gente que en esos aires de La Habana suele mirar con desconcierto cómo es eso de que se quiera crear el hombre nuevo pero no se le permite la libertad. Quizá fue esta trágica mixtura lo que me hizo lagrimear.
Lennon vuelve a sacudirnos la conciencia con esos arrebatos de su almita irrefrenable. Vuelve constantemente a la vida frutal o ensangrentada a destapar trincheras muertas donde hoy también refugian la dignidad de la vida los valientes de Ucrania atropellados por un dictador sin límites ni razón.
Este hombre singular que condenó por los siglos de los siglos la insensatez de la muerte intencional, me espera en aquella placita de La Habana para hacerme llorar, y también espera al universo en algún secreto rincón de sus congojas, para que el universo despierte de los asesinatos que ciegan niños ruiseñores a la salida de la escuela y abuelos portadores de generosa sabiduría, que caen a mitad del camino entre el amor y el odio.
Según las creencias, para algunos la muerte es una estación, para otros un barranco y, para los más optimistas, la frutilla del postre, el acto que corona la vida. Para un poeta es algo más, es un modo de sobrevolar las tres concepciones, porque el poeta ha forjado un destino especial: habitar por siempre conciencias, sueños y territorios. Por eso John se ensaña con los puñales de la guerra, y seguramente ya ha triunfado, porque la victoria yace digna y orgullosa en las conciencias que no pueden doblegarse y que repudian los abrazos insensatos que en vano pretenden quitarnos el amor y la ilusión.