Desde que se implementó la Ley Federal de Educación, hoy Ley Nacional de Educación 26206, la frase propuesta por el Ministerio de Educación de la Nación para el área de formación ciudadana fue "todos somos políticos”. Indudablemente tal expresión hacía que el término democracia se expandiera hasta alcanzar y proponer gestiones que comprometiera a los estamentos educativos a interpretar y participar de acciones concretas diseñadas desde los partidos políticos motivando no sólo a la clase ciudadana sino también agregando a jóvenes alumnos como militantes sociales de la cuestión política.

Hoy en la actualidad recordamos nombres de movimientos estudiantiles como Franja Morada, Juventud Peronista, etc., y hasta denominaciones como La Cámpora, La Juan Domingo, movimientos socialistas y de trabajadores, obreros y sindicalistas, etc. Estos han surgido para proponer nuevos modelos políticos para una acción de gobierno democrática; no obstante ello la propuesta se va encuadrando en conocidos ideales políticos o en soluciones económicas que desafían las mismas estructuras partidarias al punto de acometer contra ellas. Es posible entonces que partidos tradicionales terminen diluyéndose ante nuevos movimientos que disputan una importante fracción de poder. Ello puede ser el eje fundamental de la decadencia de partidos tradicionales o de nuevas formas de entender la política globalizada de incidencia mundial.

De todas formas y en cualquier caso estas nuevas tendencias presentan en sus oportunos discursos a sus referentes mostrando un marcado intelectualismo que termina por fascinar no solo a representantes de fuerzas propias y opositoras sino también a todo un pueblo. Ello se presenta de tal manera que la impresión de sus alocuciones termina por adormecer las mentes "desgastadas” de quienes operan en política.

Es oportuno entonces advertir y aclarar que de acuerdo a como se desarrolla la palabra por medio de la persuasión política nunca la intención política debe superar la intención ciudadana. Por ello frente a un excelente y manifiesto discurso político que maravilla por su calada profundidad intelectual o por una impactante muestra de eminente obra pública, está la suprema autoridad y soberanía del pueblo que es quien debe advertir sobre objetivos cuya finalidad pretenden el bien común.

Desde este punto de vista jamás la intencionalidad política debe superar al verdadero interés ciudadano ya que su gestión está teñida de ventajas con las que manejando al pueblo estos logran sus propios fines. Todo lo contrario debe haber una tendencia a procurar una verdadera acción ciudadana, es decir, encaminar tales funciones como solidarias, distributivas y democráticas para favorecer a todos y cada uno de los sectores de la sociedad sin dar privilegio a ningún movimiento de preferencia sobre el soberano que identifica al mismo estado público.

Los efectos colaterales que pueden resultar de imponer esquemas políticos de movimientos sectoriales son en principio de perfil autoritario y en su primera fase presentan propuestas de carácter totalizador sin medir tiempos sociales y personales propios. Por oposición los proyectos que resultan del consenso de sectores representados desde diputados a senadores y hasta de concejales a representantes comunales tienen el signo y sello del mismo interés popular por lo que nadie podrá jamás arrogarse como propio por ingenio e idea de un gobernante, ya que tales propósitos pertenecen al mismo pueblo.

Todo ciudadano debe hacer una buena lectura de quienes gobiernan y de aquellos movimientos que sostienen sus acciones pues la señal que se anticipa con el voto marcará su porvenir. Así, la oportunidad de realizar y concretar es de todos y no de algunos. El soberano seguirá siendo el pueblo quien deberá fiscalizar a sus representantes, pues el compromiso cívico que no ponga en evidencia la verdadera intensión política siempre pondrá un manto de sospecha sobre la anhelada virtud ciudadana.