"La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”. En estas palabras, con las que comienza la Exhortación apostólica del Papa Francisco, se encuentra el corazón del mensaje papal y el programa de su pontificado. El capítulo I de dicho documento, titulado "La transformación misionera de la Iglesia” resume una idea clave de Jorge Bergoglio, como es el salir de la propia comodidad, y ostentación, teniendo el coraje de llegar a todas las periferias que tienen necesidad de ser evangelizadas.
Pero para esto la Iglesia debe dejar de ser una "aduana de la fe”, con pastores que son sólo administradores, encerrados en la burocracia estéril, desconociendo el valor del camino. Mientras ciertos sectores de la Iglesia vivan encerrados en posturas exclusivamente moralistas, o donde los hombres de ella quieran presentarse como la fuerza desafiante, dejando de lado al genio de la mujer, no se habrá entendido en absoluto lo que el Papa pide hoy. Una imagen significativa la debería definir: "Una casa donde haya lugar para cada uno con su vida a cuestas, y una madre de corazón abierto. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes”.
La iglesia debiera ser, señala, una comunidad de discípulos que, con un término típicamente bergogliano: "primerean”, es decir, salen, se adelantan, no se atrincheran, se involucran, acompañan y festejan. Como dice el Papa: "cuida el trigo pero no pierde la paz por la cizaña, y cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas”.
No se espera un cambio de doctrina respecto a algunos temas, pero la reflexión para cambiar es la que debe primar, dejando de lado el "siempre se hizo así”. Un acercamiento y seguimiento a las personas que viven dificultades es urgente. La comunión "no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”. Francisco advierte sin paliativos la perversidad del sistema de mercado, rechazando una economía de la exclusión y la iniquidad, pero incluyendo socialmente a los pobres. En el campo social, advierte, la Iglesia debe profundizar el arte del diálogo, buscando llegar con su mensaje a todos, no por imposición sino por atracción.
