Lo más probable es que las protestas mengüen y queden como referencia histórica pasada la ofuscación inicial que despertó la desconocida y blasfema película "La inocencia de los musulmanes”, en la que se retrata a un mundano profeta Mahoma, como acosador sexual, pedófilo, homosexual y ladrón.
Así sucedió tras la publicación de caricaturas de Mahoma en un diario de Dinamarca, que primero provocó seis muertos en un ataque contra la embajada danesa en Pakistán; después de la quema de ejemplares del Corán por parte de soldados de EEUU en Afganistán, que incitó la muerte de 30 afganos y seis soldados estadounidenses y tras la creación de la película Sumisión, que provocó el asesinato del holandés Theo van Gogh, cuyo objetivo fue denunciar la discriminación contra mujeres musulmanas.
El mayor riesgo, sin embargo, es que las protestas sean aprovechadas por ultraconservadores y terroristas para minar la alianza entre EEUU y los gobiernos árabes, como sucedió en Bengasi. Enmascarados detrás de la protesta, fue un grupo armado el que planificó el ataque, en el que resultaron muertos el embajador Christopher Stevens y otros tres diplomáticos estadounidenses.
Esta violencia premeditada y la tibia reacción inicial de las autoridades de países que asumieron tras revueltas apoyadas por EEUU y otras potencias occidentales, como en Egipto y Libia, demuestra que los procesos democráticos en el Medio Oriente son muy complejos y que el terrorismo no bajó la guardia tras el asesinato de Osama Bin Laden y de miles de terroristas que fueron alcanzados por los drones en las montañas de Afganistán o Pakistán.
Lo que sí queda bien claro es que no sólo persiste un movimiento antiestadounidense, sino que las diferencias culturales entre Occidente y el Medio Oriente están lejos de minimizarse. A los ciudadanos que viven bajo gobiernos teocráticos o donde predomina el fundamentalismo religioso, les resulta difícil entender como alguien puede escribir un texto, dibujar una caricatura, crear una película contra valores religiosos y quemar símbolos patrios sin represalias ni castigos o que esa exagerada libertad de expresión se dirima solo en discusiones sobre conducta moral y ética.
Pero sucede que a Occidente no le fue fácil alcanzar esa mayor tolerancia. Pasaron siglos y décadas de guerras y conflictos; separación de Estado e Iglesia; luchas contra la discriminación racial y de género; leyes, fallos judiciales y persistencia educativa para combatir la intolerancia. El mayor escollo parece ser esa incomprensión sobre la división entre gobierno y religión, de ahí que la canciller estadounidense Hillary Clinton quiso de inmediato desmarcarse de la película realizada por el californiano Basseley Nakoula, calificándola de "desagradable y reprensible”, con la intención de "denigrar a una gran religión y provocar ira”. Está por verse si el gobierno se quedará sólo en la crítica o tratará de bajar los ánimos de los países musulmanes, presentando cargos contra Nakoula, quien al momento de hacer la película estaba en libertad condicional por otros delitos.
Más allá de la confusión, lo cierto es que los eslóganes deseándole la muerte a EEUU después de que Barack Obama estaba cómodo en su papel de liberador y promotor democrático del Medio Oriente, atrajeron el tema de las relaciones internacionales a la campaña electoral, el que estaba relegado por las urgencias de la economía.
