Gran conmoción mundial ha provocado el suicidio asistido del reconocido músico británico sir Edward Thomas Downes y de su esposa, Joan, en una clínica suiza. El director de la Orquesta Filarmónica de la BBC, tenía 85 años y estaba prácticamente ciego y sordo, y su esposa, de 74 años, sufría una enfermedad terminal.

Según sus hijos, "tras 54 años de felicidad juntos, decidieron terminar con sus vidas antes que seguir lidiando con graves problemas de salud". No hay ninguna duda en el ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el hecho de que cuando la medicina no puede proporcionar curación, lo que tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor de los pacientes, no suprimirlos. El remedio de una enfermedad no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida. El enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se le pueden y deben administrar toda clase de paliativos del dolor. Incluso los que indirectamente pueden acelerarle la muerte, pero sin intención de matarle, como son aquellos que su acción primaria es analgésica, y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte. En cambio, la eliminación voluntaria y directa del enfermo es eutanasia.

Lo que sí es lícito, y además un deber ético y social, es evitar el encarnizamiento terapéutico, o sea el uso de medios desproporcionados e inútiles para el enfermo. Es decir, retirar o no dar a un enfermo lo que prolongan su agonía más que ofrecerle mejoría. Eliminada la vida se pierden todos los valores. La libertad está intrínsecamente unida a la verdad, y no hay auténtica libertad fuera de la verdad. Disociarlas es poner las premisas de comportamientos arbitrarios e inicuos. Por eso la eutanasia es la supresión de un ser humano, la eliminación del primer valor que tenemos: la vida. Nada ni nadie, puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea anciano, enfermo incurable o agonizante. La vida, como derecho humano fundamental no se consensúa, ni se conquista: se tiene y se defiende. Cuando se practica por piedad, la eutanasia viola la dignidad de la persona humana.

Es monstruoso un amor que mata, una compasión que elimina a quien sufre, una filantropía que se entiende como liberación de la vida de otro porque se ha convertido en un peso, una compasión selectiva y eugenésica que no cura, sino que discrimina.