El derecho a la educación de los presos, garantizado por la ley nacional 26.695, aprobada en 2011, ha logrado una amplia disminución de las reincidencias delictivas de quienes terminaron carreras universitarias, pero todavía no se cumplen los objetivos a los que tienen acceso sólo el 2% de la población carcelaria.
La puesta en marcha y el cumplimiento de la norma es de los ministerios de Educación y de Justicia, otorgando un plazo de hasta dos años para implementarla a fin de respetar el derecho a la educación del preso, pero el objetivo lleva cuatro años de retraso hasta la finalización del gobierno anterior. Según cifras oficiales, el 91% de la población carcelaria no terminó la escuela y uno de cada tres (31%) ni siquiera completó la Primaria. A veces los nuevos internos desconocen la propuesta educativa a la que pueden acceder hasta alcanzar un título, ya que la ley otorga beneficios o estímulos, en función de los ciclos que se completen. De esta manera los presos pueden reducir el período de aplicación de la pena hasta veinte meses si terminan el nivel universitario. Pero también el derecho a la educación carcelaria no puede ser objeto de premios ni castigos, es decir, no se puede sancionar a un interno privándolo de ir a clase o que rinda un examen. La mejor experiencia del país lo ofrece el Centro Universitario de Devoto una de las sedes del programa de la Universidad Nacional de Buenos Aires, denominado ‘UBA XXII’, -las otras sedes están en Ezeiza-, con el exitoso resultado de más de 3.000 estudiantes y 500 egresados, aunque la mayoría termina la carrera superior afuera del presidio. La universidad introduce una lógica diferente en la cárcel, y sus efectos superan los de cualquier propuesta resocializadora, según un estudio que determina la tasa de reincidencia de los condenados que estudian en prisión: casi tres veces más baja que la de los internos que no estudian y la mayoría no vuelve a delinquir. Es que no es el castigo lo que transforma la conducta humana, sino la educación y la universidad que no sólo aporta una herramienta laboral, sino que reconstruye la humanidad que la cárcel aniquila.
Esta inclusión social ahora es más fácil, con la educación a distancia gracias a la informática que posibilita acceder a una enseñanza virtual con idénticos resultados a los experimentados en las aulas.
