Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir" El les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?" Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". Jesús le dijo: "No saben lo que piden. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados" Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos" (Mc 10,35-45).

Jesús acaba de anunciar por tercera vez su futura Pasión, Muerte y Resurrección, y sus apóstoles pareciera que no entendieron absolutamente nada: se disputaban los primeros puestos y querían lugares de privilegio.

Anhelaban "estar arriba", cuando la lógica de Jesús es la de "estar abajo", ponerse una toalla en la cintura y lavar los pies de los que tiene adelante, como hizo en la Última Cena. Servicio es la lógica y el distintivo del cristiano. Servicio es el nombre difícil del amor grande. Es nada más ni nada menos que el nombre de la nueva civilización. Es para que en la Iglesia también nos cuestionemos. No faltan dentro de ella los que se desesperan por los cargos, los puestos y los sitios de honor. Está latente siempre la tentación de presentarse como humildes, cuando en verdad se posee una ambición de dominio ilimitada. Se puede ser muy austero y al mismo tiempo muy soberbio, ansioso de poder. No confundamos austeridad con humildad. En la Iglesia y en el mundo, el poder debiera ser el arte del servicio. La política no es el arte de lo posible sino el arte del bien común: es decir, el bien de todo el hombre (cuerpo y espíritu), y de todos los hombres. 

Hace no muchos días, escuché al politólogo argentino y ahora profesor en la Universidad de Lisboa, Andrés Malamud, quien tuvo una visión certera y objetiva, al decir que nuestro problema es de organización y de intereses conflictivos. No sabemos ni los ciudadanos ni los gobernantes "encontrarnos", haciendo del conflicto un lugar de encuentro para hallar soluciones. El desorden y el atropello nos marcan en nuestra génesis. Nos cuesta pasar de ser habitantes a ciudadanos; y quienes gobiernan parecieran no interesarse en escuchar para cambiar de rumbo. La soberbia obnuvila la visión, mientras que millones de argentinos quedan sumidos en la pobreza o la indigencia que aumenta a diario. Como dijo Santiago Kovadloff: "yo no quiero una Argentina venidera mejor, quiero ahora una patria distinta. Seamos alguna vez dignos de la Constitución nacional".

En nuestros tiempos, en la jerga internacional, cuando se trata de definir si un gobierno es bueno o malo, se suele recurrir a la distinción simplista de si es democrático o no. Desde la Revolución Francesa la democracia es el paradigma de la buena forma de gobierno. Los gobiernos en nuestros días podrán ser incompetentes, corruptos, voraces, pero si salvan las formas democráticas con periódicas elecciones y permiten la existencia de los clubes partidarios, recogerán el aval de los poderes internacionales y el aplauso de no pocos.

Afirma Aristóteles en su libro sobre la Política: "ya que el gobierno debe constar o bien de un solo gobernante o bien de unos pocos o bien de todos los ciudadanos, en el caso en que el gobernante, los pocos que gobiernen o los muchos, lo hagan con la mira puesta en el bien común -‘to koinon sunferon"-, estas formas de gobierno son necesariamente justas, mientras que aquellas que orienten su administración con la mira puesta en el interés privado, de uno, de pocos o de muchos, son desviaciones" (Lib. III, c. 5)

La advertencia final del evangelio de hoy es para todos: quienes formamos la comunidad eclesial y quienes tienen la alta misión de ejercer alguna forma de gobierno: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe ser así. El que quiera ser grande y el primero, que se haga el servidor de todos". 

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández