Esta vez, prefirió el cinismo para referirse al atentado contra la AMIA, sobre el que dijo entender que se trata de un hecho doloroso para los argentinos, pero lo que realmente hay que ver es "cuántos murieron en el bombardeo de la OTAN a Libia”. Ello vino a colación cuando defendió al presidente iraní, Mahmud Ajmadinejad, y al país persa, diciendo que no representan una amenaza como se les hace ver. Cuando se le hizo notar que el gobierno de Teherán no permite que se procese a los iraníes acusados del atentado contra la AMIA, dijo que la OTAN mató a más gente en el bombardeo a Libia.

La apología del terrorismo y el apoyo explícito a un hombre que niega el Holocausto judío, por sobre las víctimas del atentado contra la AMIA, no fue la única grosería de Correa en Argentina.

Aceptó recibir el premio de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata a la libertad de expresión, prácticamente en una actitud de burla contra muchos periodistas ecuatorianos que han sido víctimas de su gobierno. El premio Rodolfo Walsh en la categoría de "Presidente Latinoamericano por la Comunicación Popular”, le fue entregado por su lucha en contra del poder hegemónico de los medios, como si ello sería mérito para recibir un galardón. Y, fiel a su sarcasmo, ironizó por Twitter: "Universidad de La Plata me entrega el premio Rodolfo Walsh a la libertad de expresión. Conozco algunos que deben comer cemento”.

Correa puede haberse mostrado contento con el premio, pero sabe que no tiene ningún valor, desde que también lo recibieron otros dos mandatarios que en el mundo entero se reconocen por ser violadores de la libertad de expresión y de la libertad de prensa: Hugo Chávez y Evo Morales.

El presidente de Ecuador sigue proponiendo, y con mayor vehemencia, que la libertad de prensa debe ser una función del Estado ya que considera que para lo único que sirve es para que los medios de comunicación y las asociaciones de defensa de la libertad de prensa antepongan sus intereses económicos al bien común.

Rafael Correa es peligroso por su arrogancia para creer que todas las funciones de la vida diaria deberían depender del Estado -confunde Estado con gobierno o su propio gobierno- sin entender cual es la función de la libertad de prensa como ente fiscalizador de la función pública en una democracia y como esencia de expresión del ciudadano común cuando a esta se la incluye dentro de la libertad de expresión.

Al contrario de lo que piensan los líderes democráticos, Correa cree que las críticas a su gestión son una conspiración. Está obstinado a controlar a la prensa para evitar la crítica, ya que considera que los medios tergiversan y manipulan a los ciudadanos con la única intención de desestabilizar al gobierno. Esta esquizofrenia paranoica echa por tierra los principios más elementales de los tratados internacionales y de las luchas que por siglos la humanidad ha mantenido contra represores y opresores para hacer valer el derecho a la información y a la comunicación.

Correa está convencido de que deben existir "’controles democráticos” para que la libertad de expresión sea "’una función del Estado” como lo dijo en la Cumbre Iberoamericana en Cádiz y por ello promociona su futura Ley de Comunicación, una de las más peligrosas de Latinoamérica. Cree que los modelos arcaicos de libertad de expresión como los de Cuba y China deben prevalecer en el mundo.

"’CORREA ignora los principios de tratados internacionales y de luchas que la humanidad ha mantenido contra represores y opresores para hacer valer los derechos a la información y la comunicación.”