El papa Francisco nos regala la Bula "Misericordiae Vultus", título que toma de su primera frase que dice textualmente: "Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre". Y es una Bula de convocatoria del Año Jubilar de la Misericordia de Dios. Una iniciativa pastoral prometedora para todo el mundo cristiano. Habrá peregrinaciones e indulgencias, gracias nuevas y ejercicios espirituales para quienes deseen realizar en carne propia la experiencia de la infinita misericordia de Dios.
Juan Pablo II había escrito su segunda encíclica sobre este tema, "Dios, rico en misericordia" y Benedicto XVI desarrolló este tema en dos de sus encíclicas, "Deus caritas est" y "Caritas in veritate". El Papa Francisco se ubica entonces en línea de continuidad de este proceso. Pero ¿cómo explicar la sensación de novedad que vivimos actualmente? ¿Cómo explicar ese sentimiento de renovación primaveral que viene a la Iglesia a partir del 8 de diciembre, día de la apertura del Año Santo? Quizás la respuesta esté en que con Juan Pablo II y Benedicto XVI, la reflexión sobre la misericordia estuvo acompañada de un esfuerzo sistemático por confirmar la doctrina y la disciplina vigentes. De ahí la insistencia en la "verdad" (recordemos la encíclica "Veritatis Splendor"), alejando así la posibilidad real a la que somos proclives los seres humanos, a alentar tendencias anárquicas, laxas, disruptivas. El cardenal alemán Walter Kasper, del círculo de consulta de Bergoglio, afirma que el laissez faire, el libre dejar hacer, no es compatible en modo alguno con la misericordia.
En los mensajes de Francisco, el foco de la atención se concentra decididamente en la misericordia.
El atento lector podría objetar: pero, dicha insistencia, ¿no puede desalentar la dimensión de la Justicia Divina, por ejemplo? ¿No haría falta un mayor equilibrio? Justicia y misericordia no se contraponen. No son dos momentos sino dos dimensiones de un solo proceso que comienza por la base del "dar a cada uno lo suyoW" -justicia- y culmina en el "dar más allá de lo justo" -misericordia-. La misma Sagrada Escritura revela por ejemplo en el capítulo 15 de San Lucas, en las parábolas de la misericordia que son la de la moneda perdida, la oveja extraviada y el hijo pródigo, que la misericordia es ontológicamente superior a la justicia. No pocas veces la justicia se traduce en un frío entendimiento, mientras que la misericordia es el corazón palpitante del evangelio, y es más ancha y benévola que el estricto cumplimiento legal. Por eso también la misericordia es la viga maestra de la vida de la Iglesia, llamada a la conversión constante.
El Papa deja en claro que la misericordia ocupa el lugar central en su visión de Dios, de la Iglesia, y de la tarea pastoral. Incluso llegó a definir a nuestro tiempo como un "kairós de la misericordia", en la entrevista a periodistas acreditados en su viaje de regreso de Río de Janeiro a Roma.
No hay novedad entonces, pues la misma Escritura habla de misericordia no como una virtud menor, sino como clave del edificio teológico. Sí es novedad el énfasis, casi cotidiano, que Francisco, pastor con olor a oveja, nos propone decididamente. San Agustín llega a afirmar: "Es más fácil para Dios que retenga su ira, que la misericordia". Y es en esa línea agustiniana en la que el Papa transita.
La ira, el rencor, la violencia, la rabia, el deseo de venganza, están llamadas a ser desterradas en este Jubileo. La ética, cualquier ética, tiene que ser "salvada" por el amor. Y de esto es consciente Jorge Bergoglio.
